miércoles, 26 de julio de 2023

Borrar huellas en la nieve


Antes de perderme en el vacío con la esperanza de que me trague definitivamente —un suponer o una noble aspiración, como prefiráis—, estoy visitando una última vez los lugares donde realmente crecí, pisando la superficie helada y blanca con la intención de que alguien escuche su crujido bajo el peso de mis botas, una rama que se queja antes de partirse a mi paso, o, sencillamente, sienta conmigo el aire frío que me acaricia la nuca. 

La mayoría de ocasiones aparecer es un hecho azaroso y fortuito, sin embargo, desaparecer requiere más trabajo pues suele ser un acto totalmente premeditado. Hay que estimar horarios y fechas, imaginar los peligros y rompientes a esquivar, trazar rumbos y establecer trayectorias para luego dibujarlas meticulosamente en la carta de navegación, y, más tarde, rezar al Altísimo para que todo vaya bien y se cumpla el plan previsto cuando ya no queda vuelta atrás y, vestido de cosmonauta, el ascensor te eleva hasta la pasarela de acceso a la cápsula.

—¿Fuman ustedes, les apetece un chicle...?

Cerrada la compuerta el futuro se vuelve un mix de oscuridad, ecuaciones y números, el presente ha dejado de existir y el pasado se convierte en un fragmento de tiempo verde aguamarina sobre el que posas una y otra vez la yema de tus dedos, como queriendo olvidar lo duro que resulta borrar tus huellas en la nieve.

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