Michelin se estaba tomando su tiempo para volver a la máxima
categoría de la competición. Tras la extraña desaparición de Bridgestone
de lo circuitos a finales de 2009, y digo extraña porque al parecer
hubo bastante tomate por medio, estaba cantado que la francesa tarde o
temprano volvería.
Total, que el año pasado, concretamente en julio, Michelin deslizaba el primer globo sonda sobre su retorno. Renunciaba a sus aspiraciones de que las ruedas adoptasen las 18 pulgadas en llanta de otras disciplinas, pero a cambio, quería competir, cosa que comenzó a quitar el sueño a Paul Hembery, responsable del por entonces y hasta ahora, sacrosanto proveedor único para la F1.
El asunto tiene su miga, porque a pesar de las voces que afirman que Michelin pretende el puesto de Pirelli, la de Clermont-Ferrand quiere batirse en duelo con la milanesa, y así lo reiteraba hace unos meses, cuando las noticias al respecto de que la Manufacture Française des Pneumatiques Michelin volvía al Circo cobraban más y más fuerza, con lo que es comprensible pensar que en la actualidad la cara visible de Pirelli, ha tenido que recurrir a dormir bajo los efectos de los barbitúricos, porque si no, ni contando ovejitas, nones, que diría aquél.
Y es que Hembery se defendió el año pasado argumentando que la presencia de un segundo proveedor de neumáticos desataría una guerra de gomas que desembocaría inevitablemente en un daño irreparable en esa constante que en la Fórmula 1 lo justifica todo: la seguridad. Para colmo, el británico recordó no una ni dos veces, sino muchas más, aquel estúpido episodio que manchó el Gran Premio de los USA de 2005 y el nombre de Michelin, que lejos de iniciarse como él quería que se hubiera desarrollado, es decir, de manera insegura, tuvo su desencadenante en la cerrazón de la FIA para admitir una chicana a la entrada de recta de tribunas en aras de reducir la velocidad en ese punto, toda vez que la francesa admitía precisamente por razones de seguridad, que sus gomas no aguantarían la prueba tras comprobar que el pobre Ralf Schumacher por poco no lo cuenta en entrenamientos.
Total, que el año pasado, concretamente en julio, Michelin deslizaba el primer globo sonda sobre su retorno. Renunciaba a sus aspiraciones de que las ruedas adoptasen las 18 pulgadas en llanta de otras disciplinas, pero a cambio, quería competir, cosa que comenzó a quitar el sueño a Paul Hembery, responsable del por entonces y hasta ahora, sacrosanto proveedor único para la F1.
El asunto tiene su miga, porque a pesar de las voces que afirman que Michelin pretende el puesto de Pirelli, la de Clermont-Ferrand quiere batirse en duelo con la milanesa, y así lo reiteraba hace unos meses, cuando las noticias al respecto de que la Manufacture Française des Pneumatiques Michelin volvía al Circo cobraban más y más fuerza, con lo que es comprensible pensar que en la actualidad la cara visible de Pirelli, ha tenido que recurrir a dormir bajo los efectos de los barbitúricos, porque si no, ni contando ovejitas, nones, que diría aquél.
Y es que Hembery se defendió el año pasado argumentando que la presencia de un segundo proveedor de neumáticos desataría una guerra de gomas que desembocaría inevitablemente en un daño irreparable en esa constante que en la Fórmula 1 lo justifica todo: la seguridad. Para colmo, el británico recordó no una ni dos veces, sino muchas más, aquel estúpido episodio que manchó el Gran Premio de los USA de 2005 y el nombre de Michelin, que lejos de iniciarse como él quería que se hubiera desarrollado, es decir, de manera insegura, tuvo su desencadenante en la cerrazón de la FIA para admitir una chicana a la entrada de recta de tribunas en aras de reducir la velocidad en ese punto, toda vez que la francesa admitía precisamente por razones de seguridad, que sus gomas no aguantarían la prueba tras comprobar que el pobre Ralf Schumacher por poco no lo cuenta en entrenamientos.
El retorno de Michelin quedó en suspenso y pasó a un segundo o tercer
plano, pero con las señales de seguridad que iba dando el producto
italiano conforme avanzaban las carreras de esta temporada, a Bibendum,
el muñeco distintivo de la competencia, se le iba ampliando la sonrisa,
hasta que se le desencajó la mandíbula de tanto reír en Silverstone,
cuando a la milanesa que no quería una guerra de gomas por el
bien de todos, se le desataba un incendio en retaguardia. Cinco
reventones en el mismo fin de semana, cuatro de ellos en carrera, ahí es
nada…
Paul Hembery no duerme ahora ni con pastillas. Su día a día es un sinvivir. Se ha quedado sin argumentos con que desgastar a su amenaza
y para colmo, Jean Todt, Presidente de la FIA, ve con buenos ojos que
el imperio del proveedor único instaurado por su predecesor Max Mosley,
toque a su fin. Ni guerra de gomas ni ocho cuartos, esto es la
guerra de la pasta y la tecnología, una contienda, por cierto, a la que
Michelin no parece tener ningún miedo.
Queda Bernie, el maestro de marionetas, el precursor sospecho, de
toda la inmundicia que al respecto de los compuestos hemos tragado desde
2010, la razón por la que se marchó Bridgestone dando carpetazo a una
etapa plagada de éxitos, y el responsable último, intuyo, de que la FIA
no aceptara la propuesta francesa para la prueba americana de 2005,
porque al negocio le convenía entonces que en los EE.UU., vencieran
Michael Schumacher y Ferrari.
El jefe de Pirelli anda revuelto. De madrugada, mirando a través de
la ventana su negro futuro, no puede quitarse de la cabeza la tonadilla
que se ha convertido con el paso de los años en sinónimo de la silueta
del gran Alfred Hitchcok apareciendo en pantalla: Funeral march for a marionette. Con los tiempos que corren, toda una señal de los cielos.
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