¿Dónde está el límite?

Fernando se metía un boinazo en Mónaco que le apartaba de luchar por nada en calificación, a cuenta de haber machacado el chasis de su F10. Sale último mañana, pero crecido porque ahora sabe lo que no sabía al comienzo de la cita en el Principado, ya que se ha encontrado de bruces con la cruda realidad que marca el dónde existes y dónde acabas como piloto…

¿Optimismo, benevolencia? ¡Y un carajo! Esto es F1, y si hay que alabar cómo Lewis se deshace traspasando sus propios límites, o cómo Sebastian se crece buscando los suyos, es de recibo quitarse el sombrero ante un bicampeón del mundo que tras nueve años de profesión y tres de sequía, muerde el polvo intentando comprender quién es, cómo es, hasta dónde llega, poniendo su vehículo y aptitudes al rebufo de lo que la suerte depara a los que arriesgan al máximo. ¿Malo? En absoluto. Aprender de los errores es sano aunque el resultado ofrezca un monoplaza y un ánimo hechos añicos tras encontarse con los guardarraíles a la salida de un curva.

Hay voces que alertan sobre el asunto, destacando que Fernando arriesga más que antes, que comete más errores que antaño, que la pifia como nunca, que anda por el mundial como un desconocido, y habría que preguntarles si se conformarían con un remedo de Schumacher o Button, o si preferirían un tipo que ha renacido de sus cenizas y se busca como hacen Petrov, Alguersuari, Vettel o Hamilton, como si el tiempo, su tiempo, hubiese retrocedido algunos años y se encontrara ahora mismo en el inicio de su carrera, armado de una voracidad adolescente que busca sus propio límites con el ánimo de sortearlos de la mejor manera posible.

Me gusta este Fernando, no voy a negarlo porque quedaría demasiado forzado. Me encandila porque sigue pareciendo vivo como cuando peleaba en la Renault del domador de hienas; y porque sigue encontrándose a lomos de un Ferrari como cuando lo hacía sobre el indomable R24, un ejemplo, lo que delata que a pesar del transcurrir del tiempo, el Nano sigue siendo un culo inquieto y de mal asiento que continúa buscando su sitio como si tuviera veinte años.

Mañana barrunto podio. No me preguntéis por qué.