¿Dónde coño está Mercedes?

A veces ocurre que los acontecimientos te engullen hasta nublarte el sentido. Si el año pasado acostumbraba a mirar con lupa lo que ocurría en el seno de McLaren, por aquello de que nuestro asturiano naufragaba en su interior, éste me he conformado con apuntar algunos datos reseñables y tragarme lo que la frágil ley de la apariencia dictaba.

Es de sobra conocido que la familia y amigos de Heikki Kovalainen buscan amparo y refugio en el box de Renault para disfrutar de las carreras. Me he cansado de decir que el finlandés ejerce de liebre para su compañero en calificación, y que sobrevive como puede con un vehículo no apto para ganar carreras, ni siquiera para terminarlas en puestos honrosos. Denuncié la docilidad con que se dejó pasar por su colega en Hockenheim, y que el uso del motor comodín en Singapur sacrificaba cualquier posibilidad de que hiciera algo en Interlagos pues sólo servía para paliar las carencias del hijo de Anthony Hamilton en la prueba nocturna. Le acusé de bienpagado cuando le renovaron el contrato… Y para colmo he admitido publicamente, durante el pequeño debate abierto tras la disputa del G.P. de Japón, que hace tiempo que me ha desilusionado.

Por eso mismo, cuando he escuchado a Antonio Lobato afirmar que Heikki quiere irse de McLaren, he sentido revolverse algo en mi interior, y cuando lo he visto volar en la Q2 sin sobresaltos, trazando fino, sin frenazos, se me ha roto el espejismo en que andaba sumido.

Heikki no es Fernando, ni tiene su calidad (todavía), ni dos campeonatos mundiales a sus espaldas. El finlandés es un piloto que recorre los primeros tramos de su carrera profesional quemando etapas como puede y según se presentan, y siempre sin capacidad real para imponer nada, lo que le convierte en víctima propiciatoria para el nuevo sacrificio que se está llevando a cabo en el equipo de Woking. Por ello permitidme este pequeño acto de contricción.

Al inicio, en los primeros compases de esta temporada, lo ví como la apuesta de Mercedes por evitar que Ron Dennis y sus secuaces siguieran enmierdando la historia de la segunda mejor escudería de todos los tiempos (su pretemporada, y sus primeras carreras, vinieron a rubricar que no me equivocaba del todo). Ahora bien, conviene que recordemos que llegó a Barcelona con los mismos puntos que la nueva estrella que deslumbra a todos menos a Robert, Fernando y Kimi (inglés tenía que ser el bobo que afirmó tal cosa), y que a partir de ese preciso momento, apenas ha logrado arañar un puñado de puntos porque su escudería lo ha sacrificado vilmente.

Si Dennis y Whitmarsh tienen buena parte de culpa, no quiero dejar pasar la ocasión de señalar con el dedo a Norbert Haug, a la postre delegado de la firma alemana en el equipo inglés, porque me temo que ha abandonado a su suerte a Kovalainen de la misma manera que hizo el año pasado con Alonso: como un perfecto calzonazos.

Y todo esto me lleva a plantear una pregunta: ¿qué coño hace Mercedes tolerando este circo? Si el hijo de Anthony Hamilton la caga de nuevo (Dios Todopoderoso, asistido por el panteón finlandés, lo permita), será la segunda vez en dos años que la escudería que lleva su nombre sobre el cubrecapot, y hace llamar a sus monoplazas flechas de plata, pierde los dos campeonatos (el de constructores ya está perdido, salvo que Ferrari diga lo contrario).

Ingenuamente, entendí la apresurada renovación del titular del vehículo número 23 como un pago a sus servicios; sin embargo, creo ahora, y lo digo sinceramente, que supuso un intento por cerrarle la boca y evitar así que su malestar se hiciera público. Llegados a este punto, me sorprende que a nadie de la casa de la estrella de tres puntas se le haya pasado por la cabeza que ya va siendo hora de ejercer el poder que otorga el 40% de las acciones en McLaren, y lo digo porque mientras se dilata la espera del ya necesario puñetazo sobre la mesa, Heikki Kovalainen sigue demostrando que cuando tiene un coche solvente es perfectamente capaz de hacer grandes cosas, con honestidad y pundonor, sin agresividades ni falsas apariencias porque no hacen puñetera falta.