Condensación y crisis

Dicen que las crisis son buenas, que originan en el ser humano el afloramiento de criterios de supervivencia que permiten a su vez, la necesaria adaptación. La especie mejora con las crisis, la economía también. El catecismo ultraliberal no se anda con tonterías en este aspecto, ni con medias tintas tampoco: quien no lo entiende o no sabe ver el manatial de oportunidades que traen consigo los momentos críticos, es un perdedor de mierda y hasta aquí puedo leer.

En este sentido, resulta chirriante observar que la crisis en la Fórmula 1 supone un problema en la actualidad y llena espacios en los medios de comunicación, blogs y redes sociales, cuando el negocio, en su conjunto, ha sabido responder siempre con torería y valor ante cualquier problema que ha encontrado a su paso. Sobrevivimos, deberíamos aplaudir al ver nuestras ojeras en el espejo. Eso y recuperar la confianza, por supuesto.

Basta echar un vistazo a lo que escribí a comienzos de 2014 en este humilde lugar, para comprender que las señales objetivas del nuevo desastre ya estaban plantadas ahí fuera, llamando a nuestra puerta por mucho que los pertinaces defensores del statu quo insistieran una y otra vez, en que los que veíamos venir lo que se avecinaba, éramos una pandilla de nostálgicos incapaces de afrontar que las nuevas reglas eran sumamente beneficiosas y tarde o temprano, acabarían sacándonos del hoyo.

Boullier lo reconocía hace poco: no fue una grandiosa idea recurrir a Senna y el MP4/4 para saludar la moderna entente entre McLaren y Honda. Al parecer tampoco lo fue que nuestro deporte hablara tanto de turbos cuando lo que venía era otra cosa, ni por supuesto bendecir el advenimiento de los nuevos tiempos, poniendo al rojo vivo los escapes de los jubilados V8 en Interlagos 2013...

Se cometen errores y hasta cierto punto es comprensible que así suceda. No conviene vender la piel del oso antes de cazarlo, pero a veces... Esto no es una ciencia exacta. La Fórmula 1 es tremendamente compleja y de losers no aceptarlo.

Pena que siempre acabe apareciendo Paco con la rebaja y nos convierta del primero al último, en un pueblo elegido que carece de Moisés, en una grey que atraviesa una y otra vez el mismo desierto sin una luz que la guíe, porque mira que llevamos años con el mismo mantra. Que si ésta es la buena. Ay, que no, que la buena es la siguiente o la que ya estamos diseñando. A las crisis me refiero, porque si echo la vista atrás, desde que Nürbu está en pie puedo certificar que siempre hemos vivido entre desasosiegos, y si esto ha sido así desde hace ocho años, normal que piense que el deporte vive más de las crisis que provoca que de las carreras sobre los circuitos.

También me parece normal que no aceptemos de una puñetera vez que tanto hablar del pasado y buscar ejemplos en él, se acaba distorsionando el presente hasta que no lo reconoce ni la madre que lo parió. 

En fin. Ahí puede estar el quid de tanto desconcierto. Ya no llueve porque la culpa la tenga Zapatero, sino porque el agua cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué, y los circuitos se quedan vacíos sin que se sepa exactamente por qué, y las audiencias caen día sí y día también sin que sepamos exactamente por qué. Hay crisis y no sabemos exactamente por qué. Y obviamente, seguimos en ella porque tiene una sustancia mágica cuyo discernimiento y comprensión está sólo al alcance de los entendidos que a toro pasado suelen verlo todo claro, ya que hincar el diente a la realidad en su momento, cuando hace realmente falta, siempre ha sido cosa de advenedizos, rebeldes sin causa, de negativos o en el peor de los casos: de tocahuevos.

Os leo.