Bienaventurados los mansos

El Gran Premio de Japón asoma las orejas en el horizonte y como decía hace un par de días, después de la carrera de Singapur, hay demasiados asuntos pendientes como para que sea humanamente posible abordarlo todo.

Pero es martes y me he levantado esta mañana con ganas de celebrarlo, y a las tantas de la tarde me he preguntado si no sería conveniente hablar del hombre que nunca estuvo allí.

Sí, Daniel Ricciardo, un tipo al que la historia escrita con números jamás hará justicia, sencillamente porque las cifras carecen de recuerdos y son incapaces de describir qué pasó, ya que les falta el imprescindible contexto que hace que un cero sea un cero absoluto, o en cambio, sea un cero con una coma y algunos otros ceros detrás, y una bengala de luz al cabo de estos últimos que faculte que el aleteo de una mariposa en Pekín pueda producir una tempestad en Los Ángeles.

Los que seguís el blog desde hace tiempo, sabéis de sobra que Ricciardo no me hacía tilín. Yo era de Vergne, si se puede decir así, cuando ambos compartían espacio en Toro Rosso.

Pero me hizo gracia que por muy poco no le estropease la épica remontada a Vettel en Abu Dhabi 2012. A ver, que un tipo que comete una ilegalidad acabe saliendo de la línea de garajes con un cohete debajo del culo y Bernie dándole palmaditas en la espalda, supone una oportunidad única sí o sí. Sebastian había calificado sin gasolina para un Zippo y la penalización era sencilla de comprender: ¡último en parrilla!, pero por estas cosas que tiene el espectáculo, Milton Keynes y la FIA fueron capaces de retocar la realidad, convirtiendo la pena por un pecado cometido y confesado porque no quedaba otra, en una posibilidad de victoria para orgasmo de los incondicionales.

Pero Daniel estaba allí, y en un sí es no es, el tetracampeón (bicampeón entonces), acostumbrado a que los de Toro Rosso le dejasen pasar en cuanto lo veían por los retrovisores, no entiende la maniobra de un novel apellidado Ricciardo y por poco se lo come. Literalmente. Así, como os lo cuento.

Pero el plato fuerte vendría en 2014. Ido Mark y venido el aussie de recambio por aquello de que Red Bull vende muchas latas en Australia, Daniel me sorprende en Melbourne como supongo que os ocurrió a muchos de vosotros. Conducción inteligente, rápida y medida, y de ahí al segundo cajón del podio tras Nico Rosberg. Pero lo descalifican porque a Red Bull se le ocurre echar un pulso idiota a la FIA.

No obstante, el hijo de Joe y Grace se repone y no ceja ni tanto así de mostrarnos su sonrisa. Estaba claro, venía de un hierro y con el RB10 se encontraba en su salsa, todo encajaba. A Sebastian le pasaba de todo, no encontraba su sitio, todo era mala fortuna. El coche no se adaptaba al alemán y el australiano lo batía sin compasión, incluso con chasis viejos. Y llegó el momento de la madre del cordero, cuando aussie junior era el primer astado de la escudería e iba por delante en la de pilotos, instante en que Milton Keynes decide jugar limpio con sus pilotos —¡la madre que los parió!—, y  el tipo que hoy reparte ositos en Ferrari y vela porque su escudero aparezca en la foto, no contempla la posibilidad de apoyar al compañero en su lucha por el subcampeonato.

2014 es historia. Números que se llevará el diablo y que utilizarán los Billy Elliot para redibujar nuestra memoria común. Daniel Ricciardo acabó tercero porque la vida es así. Vettel tuvo un mal año que nadie quiere recordar, pero Australia sigue sonriendo y hace dos días, cuando vi cruzar segundo la meta a Daniel, recordé aquello de bienaventurados los mansos... ¡Qué bien duermen los jodidos!

Os leo.