Confieso que puede resultar chocante que mientras media afición —la rossa para ser concretos y dejarnos de vainas—, anda poco menos que maldiciendo la hora en que vino al mundo y Turrini y sus secuaces preparan las baterías de babor para sacudir al asturiano en cuanto termine el Gran Premio de Canadá, venga yo a tocar un poco la moral del enemigo. Y es lo que hay, entre otras cosas porque hasta este mismo viernes la victoria era seguro de los chicos de Mercedes y Ferrari iba a defraudarnos de nuevo.
Y sí, todo indica que Rosberg y Hamilton se calzarán otra victoria, que la de Brackley hará otra vez doblete y nos va a tocar sudar como siempre, como de costumbre, como auténticos bastardos de esos a los que si les preguntaran cuál es su oficio, gritarían sin pestañear: ¡aú, aú, aú!
Por mucho que digan lo contrario, esto de ser aficionado tiene mucho de extrarradio, de crecer en el debate y en la contestación, de no aceptar la derrota salvo que no quede otro remedio y a veces, ni así. Pensar en el deporte en plan global queda bien en una reunión de amigos de esas de quedar estupendo. Y todo está perfecto hasta que sale tu equipo al terreno de juego o tu tenista preferido acaricia con sus pies la cancha o incluso, tu piloto o escudería comienzan a rodar sobre la pista, porque en ese momento, algo en tu interior te dice que siempre has tenido bando por mucho que lo niegues, que te dolerá si dobla la rodilla y dormirás como un bebé si triunfa.
El deporte es así y por muchas vueltas que le demos no va a cambiar ya que en caso contrario, dejaría de atraernos como la miel a las moscas...
Comprendo que haya quien prefiera no verlo de la misma forma, pero yo que he practicado uno de las actividades más solitarias que conozco, la natación, sé perfectamente qué esperas en cada brazada y en cada giro cuando el mundo literalmente desaparece de tus sentidos y sabes que lejos, un cronómetro mide lo mal o bien que lo estás haciendo y que no hay mayor premio, que saber que lo has dado todo para no sentirte defraudado, para no defraudar, y para alimentarte posteriormente con el calor de los que siempre creyeron que podías lograrlo.
Ni el podio sabe tan bien como el abrazo de un entrenador que te espera en una playa en la que apenas queda nadie salvo tu familia y amigos, para rodearte con una toalla seca entendiendo que nos has podido, que te has perdido o has sufrido un calambre, y decirte que a veces las cosas no salen como estaba previsto y ahí no se acababa el mundo.
Mi entrenador se llamaba Adrián y era barbero en Portugalete y aunque tenía poco que ver con el Leónidas de Frank Miller, siempre nos preguntaba cuál era nuestro oficio antes de que partiéramos hacia la piscina, el puerto o la arena, para enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestras propias fuerzas, sin que importara demasiado el resultado ya que él siempre nos estaría esperando.
¿Lo ves, amigo, he traído más soldados que tú...! ¡Aú, aú, aú!
2 comentarios:
Turrini puede meterse su bilis por donde amargan los pepinos puesto que Alonso le ha metido 4 decimas a Kimi y con unos ligeros problemillas de potencia incluidos, lo cual demuestra una vez mas que no hay nada en el Ferrari que Alonso no esté exprimiendo ya al máximo...sencillamente lo que hay es lo que vimos...
Cuando se tiene un problema y no se analiza bien la causa, no tienes un problema, tienes dos, o más.
Esto es lo que pasa en Ferrari, hay un superego que no puede concebir que la todopoderosa Ferrari, simplemente no esté haciendo un buen trabajo con el monoplaza desde hace ya muchos años.
Si no funciona la autocrítica ya pueden buscar "salvadores de la patria rossa", y que busquen bien mientras vean alejarse a Alonso hacia otros puertos más "veloces".
Se verá, pero de momento lo que vemos es decepcionante.
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