domingo, 17 de junio de 2012

Billy Elliot está de exámenes


Si alguien todavía no sabe lo que gana una afición cuando se comparte con un puñado de frikis, le recomendaría que no perdiera más tiempo y que sin más dilación, se buscara algunos ejemplares de ese ser especial que rellena a la velocidad del rayo y con prodigiosa generosidad los huecos de la memoria de quien como yo peina canas o enseña más cartón del que querría, que como te descuides te somete a un tercer grado, que mira más lejos que uno mismo, que observa cosas que has pasado por alto, que te enseña su dentadura reluciente para decirte a la cara que tarde o temprano acabará por devorarte.

Por fortuna, desde que desembarqué en Ludotecnia, allá como en 1991, he disfrutado de ese constante reciclaje al que te somete trabajar codo con coco con gente más joven que tú. El ejercicio es exigente, no se puede negar, ni voy a hacerlo, aunque también es infinitamente gratificante, ya que deriva en una especie de rejuvenecimiento que a la postre se nota incluso en la cara y en la forma de vestir, pero sobre todo, en la manera en que observas el mundo.

Lógicamente, la gente crece contigo —no ibas a envejecer solo, ¿no?—, y en mi caso, aquellos alicientes con los que comencé a tratar hace veinte años ya tienen pareja, hijos y por supuesto una visión más adulta y madura del universo que nos cobija a todos alrededor de nuestra común afición. Pero gracias a Dios siempre hay recambio, y llegan nuevos frikis que hacen la vida imposible a los que lo fueron como estos te la hicieron a ti, aunque ya no te alteren porque llevas la lección bien aprendida y sabes perfectamente que la vida es así y que no queda otra que plegarse al momento que te ha tocado en suerte vivir, entre otras cosas, porque muy bien puede haber llegado la hora de pagar el peaje por haber disfrutado de un tiempo ya lejano, en el cual eras tú quien enseñaba los dientes a tus mayores.

No me enrollo. Desde ayer a las 15:00 horas he podido disfrutar de la compañía de este tipo de especímenes de genialidad contenida o desbordante, repletos todos ellos de una agotadora ilusión, nada más y nada menos que compartiendo las 24 Horas de Le Mans.

Como en el caso de mi pequeña editorial de Juegos de Rol que contaba antes, la experiencia me ha resultado irrepetible y sabrosa hasta decir basta. Tal vez por la costumbre, o por la razón que sea, he disfrutado como un jabato, fundamentalmente porque he aprendido más de lo que he enseñado y porque he salido del trance con al menos 20 años menos y con la agradable sensación de entender por fin por qué este mundillo de la F1 y el motorsport en general, que descansa sin reconocerlo sobre los hombros de tanto friki como hay suelto, se suele caer un poco alrededor de los meses de mayo y junio, y es que en este periodo del año, Billy Elliot está de exámenes.

Os leo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito post, especialmente para los mexicanos que este fin de semana hemos celebrado el día del padre. Mi hija es ahora muy pequeñita pero espero que pronto comparta mi afición (que según mi esposa raya en lo friki) por las carreras. Llevarla un día al circuito de la Sarthe a vivir las 24 horas del Mans, ¿porqué no? Yo aun recuerdo con ilusión cuando, para festejar mi octavo cumpleaños, mi padre me llevó a la Ciudad de México a ver correr a los sport prototipos. A volante del Sauber Mercedes ganador: un cierto Schumacher.