No me preguntéis por qué, pero me gustan más esas imágenes densas que nos regala Carlos de vez en cuando, mayormente cuando parece que el mundo no existe para él y permanece concentrado como si sirviese de modelo para el cincel de un artista griego.
Entre el Sáinz del sábado y el que vimos el domingo por la tarde mediaba el tránsito entre una clasificación abortada y la incertidumbre previa a una carrera plagada de incógnitas, al sabor dulce de haber conseguido el primer podio vestido de rosso. Mónaco sirvió de decorado. Podía haber sucedido en cualquier otro lugar pero fue allí, precisamente, con el Mediterráneo lamiendo los pies del Principado.
Hoy han venido Porthos y Athos a visitarme a mi retiro en Gorliz. Tras repetir nuestro juramento de viejos mosqueteros —¡Uno para todos y todos para uno!— hemos pensado que Carlos haría perfectamente de D'Artagnan, pero yo sigo prefiriéndolo con esa mirada de halcón emboscada bajo la visera del casco, ajeno a lo que le rodea, centrado en ser mejor cada segundo que pasa dentro del habitáculo, mirando el futuro a la cara, sin miedo, pero como lo visualizan los grandes: imaginando que la próxima vez que cruce la meta será en primer lugar.
Os leo.
1 comentario:
A ver por dónde nos sale el cardenal Richelieu...
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