Soy de reacciones lentas para algunas cosas —así me va—, seguramente porque considero que el tiempo me pertenece —sí, así me va—, pero, cuando Mohammed Ben Sulayem soltó aquello de «lo que haga la FIA no es asunto suyo» ante las reclamaciones de la GPDA (Grand Prix Drivers' Association), me dije: ha sido bonito pero hasta aquí hemos llegado.
El Presi encontró todos los escollos del mundo al sujetar el báculo de Jean Todt en la FIA, y aunque existe un amplio consenso en focalizar de dónde venía y sigue viniendo el temita de marras [Los hijos de la Gran Bretaña], aquel héroe que luchaba en mitad del temporal contra los elementos, montado en una miserable cáscara de nuez, ha dejado paso a un tontainas que no hay por dónde tomarlo.
En la vida puedes incurrir en todos los errores conocidos y por conocer, pero jamás puedes darle la razón al enemigo, que es, precisamente, lo que está haciendo ahora mismo Ben Sulayem, enfocando la urgente necesidad de pasta de la Federación ejerciendo una acción punitiva contra los pilotos que no va a llevar a ninguna parte, porque, el problema de base, como advirtió Ari Vatannen en 2009, está en otro sitio.
Los conductores van a seguir hablando en público del organismo rector porque disponen de dinero de sobra para pagar las multas, el que no va a levantar cabeza es nuestro protagonista, cada vez más cercado por los despropósitos que surgen de una entidad que no ha dejado de darnos soberbios, por mucho que la prensa british insista en que el último malo que tuvimos fue Jean-Marie Balestre.
Max Mosley dejó a la altura del barro al francés. Jean Todt se contentó con permitir hacer a Bernie y a Liberty mientras se aseguraba que el trono de Place de la Concorde siguiera siendo mullido, y Ben Sulayem pretende cambiarlo todo cuando no puede luchar ni contra la necesidad de drama de la dueña del espectáculo ni contra Netflix y su Drive to Survive.
Veremos cómo acaba la cosa, pero insistir en que nadie hable mal de ti ya tiene pillado el nombre: Efecto Streisand.
Os leo.
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