lunes, 12 de abril de 2021

1923, Terramar

Por definición, todo reto supone enfrentarse a dificultades más o menos asequibles, cuyo desenlace nos permitirá hablar de éxito o fracaso, pero, claro, para hacer una evaluación correcta hacen falta grandes dosis de empatía y, en el caso que nos ocupa, una amplitud de miras que no está al alcance de cualquiera, menos si cabe cuando lo adecuado pasa por meterse en el pellejo de una gente que vivió hace un siglo, que se planteaba objetivos y no reparaba en gastos hasta conseguirlos.

Y bien, agonizaba la segunda mitad de 1922 y sólo existían tres autódromos estables donde disputar carreras de coches: Brooklands, estrenado en 1907, Indianápolis, inaugurado en 1909, y Monza, que acababa de celebrar su debut aquel mismo septiembre. En este orden de cosas, un grupo de inversores decidió remarcar la importancia de Barcelona en la industria automotriz promoviendo la construcción de un trazado permanente en unos terrenos situados al sur del municipio de San Pedro de Ribas (Sant Pere de Ribes), confiando la organización del I Gran Premio de España (homologado) a la experiencia del Real Automóvil Club de Cataluña y la Penya Rhin [La Penya Rhin].

La empresa era titánica. Se barajaron inicialmente algunas fechas a finales de 1923, pero sirvió de acicate la posibilidad de convertirse en un tiempo récord en el tercer circuito europeo de estas características junto a Monza (Italia) y Brooklands (Inglaterra). El arquitecto Jaume Mestres i Fossas fue el encargado de definir una moderna cuerda de 2 kilómetros con forma de riñón, que descansaba sobre piso de hormigón y estaba dotada de fabulosos peraltes que superaban en algunos puntos los 60º de inclinación, un hito para la época.

Pero pronto empezaron los problemas. En un periodo de gran inestabilidad económica y social, la remoción de terrenos y el asentamiento de los mismos se complicaron, y el hormigonado por placas resultó más complejo de lo estimado, y obviamente, el presupuesto inicial se disparó hasta llegar a los 4 millones de pesetas, una barbaridad ya entonces. Las expectativas económicas se habían hecho añicos y surgieron los primeros impagos a proveedores que acabaron llegando a los juzgados. No obstante, ya había fecha: el 28 de octubre de 1923, y se había anunciado que a la carrera iban a asistir Alfonso XIII y el Presidente del Directorio Militar don Miguel Primo de Rivera. 

Los promotores lo fiaron casi todo al éxito de la cita, incluso el rápido restañado de las numerosas deudas acumuladas. Pero el Autódromo Nacional Terramar (Sitges-Terramar) había nacido herido. 

Debido a la incertidumbre creada por la suma de inconvenientes y las dudas que sobrevolaban su inauguración, el monarca mandó en representación al Infante don Alfonso de Borbón y Battenberg, quien compartiría palco con Primo de Rivera, así mismo la participación para el Gran Premio de España fue baja, tan sólo ocho vehículos, y el público tampoco respondió como se había esperado a pesar de que superó los 30.000 espectadores. Pero para colmo de males, un juez decretó el embargo de las cantidades obtenidas por la venta de entradas, lo que originó que no se pudieran abonar los premios ni satisfacer los contratos a los participantes, y que, a resultas de todo ello, la AIACR (Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus) prohibiera la celebración de más carreras internacionales en el circuito barcelonés...

Ahora bien, la competición sí supuso un rotundo éxito aunque el diseño vanguardista del trazado fue cuestionado por pilotos y representantes de las marcas, ya que permitía alcanzar notables velocidades que superaban los 140 kilómetros por hora pero por zonas parecía poco seguro. 

Así las cosas, 300 días después de haber comenzado las obras, Terramar acogía el I Gran Premio de España para coches de carreras de nuestra historia. Tras dar 200 vueltas y completar los 400 kilómetros propuestos, cruzaba primero la meta Albert Divo sobre un Sunbeam GP después de haber invertido 2 horas, 48 minutos y 8'5 segundos. Inmediatamente después concluía Louis Zborowski a bordo de un Miller 122 con el que consiguió la vuelta rápida (45'8 segundos, a 157'2 km/h.), y tercero fue Alfonso Carreras sobre un Elizalde 511. 

Como anécdota, comentar que acabaron siete de los ocho participantes, pues únicamente Dario Resta se vio obligado a abandonar al poco de haber superado el giro 150.

Os leo. 

1 comentario:

Erathor dijo...

La historia siempre se repite.

Podría perfectamente, a grandes rasgos, ser la historia del circuit de Valencia.

Este último, al menos, nos dejó una remontada épica para el recuerdo.