Sapo lunero

La semana ha empezado fuerte con el Ngorongoro temblando por el paso acelerado de los que ahora son lo que no eran el sábado y dicen lo que no dijeron antes y tal...

También ha comenzado con puyitas aquí y allá —todas de buen rollo, faltaría más—. Adaptarse o morir en la ensoñación de las redes sociales. Sobrevivir a los textos publicados con tal de continuar dale que dale intentando hacer colar que somos los más listos de la sabana, con el apoyo de una prensa que hoy no tiene repartos en hablar del «coche de Alonso» y una chavalería montada del Canadá que no pone mal gesto porque, lisa y llanamente, se está quedando sin cartuchos.

Hemos tomado dirección al Gran Premio de Francia y aunque todavía no se nota, para el miércoles imagino que las aguas de la Fórmula 1 habrán remansado lo suficiente. Volvemos al campeonato, aunque cabría preguntarse ¿cómo lo hacemos después de la que lió Vettel en el Gilles Villeneuve? A partir de ahora, ¿cualquier piloto podrá montar el cristo y la pataleta sin que le pase nada?, ¿los equipos podrán considerar a cualquiera de sus pilotos ganador, tercero o undécimo, sin que exista abal en la clasificación final de la carrera?, ¿la FIA producirá papel de retrete estampado con el articulado del Reglamento Deportivo e impreso a doble cara con tinta indeleble...?

Eileentxu duerme ahora mismo en su cajoncito, sobre su manta y rodeada de juguetes. Me ha acompañado todo el fin de semana independiéntemente de qué hora fuera. Hemos trasnochado y madrugado juntos. Le debo una. En cuanto se despierte y estire, me la llevo a pasear hasta la playa de Gorliz mientras pensamos juntos en lo blandita que nos está quedando la Fórmula 1, que la autoridad competente ni es autoridad ni es ná.

Os leo.