domingo, 30 de junio de 2019

El gallo recurrente


En cualquier deporte suele ser mala idea andar trazando comparaciones entre la actualidad y cualquier etapa pretérita. Hay quien quien se anima a hacerlo incluso jugándosela a hacer el ridículo, porque a ver, cualquiera de nuestros futbolistas más filigraneros sería reo de enfermería si tuviera que intentarlo ahora en aquellos campos gloriosos de los cincuenta del siglo pasado, pateando una piedra que pesaba lo que no está escrito en cuanto llovía y el cuero se empapaba.

Quien habla de fútbol también puede mencionar las bicicletas, ¿hace intentar un Col de Tourmalet con aquellas míticas configuraciones de 55×42 y 11×23...?

Los tiempos cambian y, además, lo hacen vertiginosamente. Sí, se puede comparar lo que nos apetezca, aunque, reitero: no suele ser buena idea porque a la mínima te sale un fantasma del armario y te afea la comparativa. Y sí, en Fórmula 1 también se puede hacer aunque conviene andarse con mucho cuidado, sobre todo cuando se habla de espectáculo, ya que nuestra disciplina no solía necesitar encontrarlo porque en sí misma ya era algo espectacular y el caso es que ahora no para de buscarlo, que digo yo que será debido a que lo ha perdido o traspapelado.

Aquí quería llegar yo, porque cuando nos quejamos de un truño bananero como el que nos brindó el pasado Gran Premio de Francia, a la mínima te sale alguno con que no seas agonías porque hace dos décadas o tres, o más, también había carreras aburridas. Sí, vale, pero como acabo de decir en el párrafo anterior, la actividad era entonces espectacular per se, es decir, atraía al público siquiera por la novedad, por ver correr los monoplazas, por disfrutar de cómo peleaban los pilotos o cómo iba quedando el campeonato, o por cientos de circunstancias más que afectaban a cada cita.

En la actualidad llevamos ya demasiadas temporadas buscando el espectáculo de los cogieron, afán que afecta tanto al diseño de los vehículos como a la definición de los circuitos, y, por supuesto, a la desenvoltura de los conductores en pista. Y bueno, la cosa no chuta, o mejor dicho, sigue sin chutar porque continuamos en plena sangría de espectadores mientras las pruebas siguen siendo predecibles y Liberty Media prevé que mejorará la cosa allá como en 2021...

No lo digo yo (solo), que conste. Hay gente mucho más preparada que insiste en que carreras como la francesa son lesivas para el interés global del deporte porque delatan que hemos tocado fondo como espectáculo. Y es que a ver, un gallo se le escapa a cualquier solista, pero cuando los gallos son recurrentes no veo nada mal que se le señale como mal cantante por mucho que en la edad media existiesen bardos a los que la plebe tiraba verduras podridas, que bien mirado, esto también suponía un grandioso espectáculo.

Os leo.

3 comentarios:

pocascanas dijo...

La épica necesita de caballeros, y en esta ocasión nuestros dos máximos caballeros tuvieron sendos gestos de grandeza...
Uno aceptando su culpa y su sanción (a la postre morigerada), y el otro repartiendo abrazos a guisa de disculpa, aunque algunos puedan interpretarlo como un gesto de consuelo para con sus mecánicos.
Es lo que hay.

Y eso, que ya empieza la carrera.

Jose Tellaetxe Isusi [Orroe] dijo...

Pocascanas ;)

Sé que me entiendes: prefiero a los de la Monty Python en el Santo Grial ¡ja,ja,ja,ja!

Se te quiere, compañero ;)

Jose

pocascanas dijo...

Me hiciste acordar de la escena de Moisiés con las tres tablas de la ley, dirigiéndose a su pueblo: "estos quin... (se le cae una tabla y se rompe) bueno, estos diez mandamientos..." y sigue como si tal cosa.
Los mandamientos eran quince!!!
Nos faltan cinco, eso explicaría muchas cosas.

Un abrazo desde el Coño sur