jueves, 6 de octubre de 2016

¿No son una ONG?


Si en 1997 abandoné la publicidad como forma de ganarme las alubias, fue porque mi cabeza era incapaz de encajar que para vender algo fuese necesario mentir sobre ello. 

Tal vez por haber abusado de los textos de David Ogilvy o porque mi formación académica se había consolidado en la búsqueda de la excelencia y la calidad, se me hincharon los pelendengues ante la tesitura de continuar aguantando clientes que no buscaban enfatizar las virtudes de su producto, sino esquivar el buen criterio del consumidor con ardides semánticos, literarios o gráficos, que a la postre significaban tener que mentirle.

Cuando algo es bueno no parece que hagan falta florituras, basta sacar el paño, pasarlo por encima, y destacar luego tal o cual aspecto. El publicista puede ir de cara en la búsqueda de las diferencias que lo posicionen adecuadamente frente a sus rivales en el mercado.

La cerveza Carlsberg, por ejemplo, en su día utilizó la idea de que estaba confeccionada a partir de auténticos granos de malta. No mentía, usaba una obviedad como recurso. Todas las cervezas rubias, o casi todas (la verdad es que no soy un entendido en este tipo de bebidas), se elaboran a partir de este cereal, pero la empresa danesa fue la primera que sublimó en su publicidad lo que no era trascendental hasta convertirlo en una seña de identidad, la suya...

Ejemplos como éste ha habido a millares, aunque a decir verdad, son escasos en la actualidad. Basta encender la televisión o el ordenador personal, o abrir un periódico o revista, para comprobar cómo la publicidad trata ahora de engatusarnos, la mayoría de veces infructuosamente, gracias a Dios.

Presentador de telediarios anunciando una aseguradora que acumula quejas que dan para cansarse leyéndolas. Exponentes de la competición de elite, de la radio, de lo que sea, que dan cobertura con su imagen a una banca que perdió todo su crédito hace no tanto. Conocidos de uno u otro pelo y condición, que todo el mundo con dos dedos de frente asimila como ganchos. Cocineros top, estrellas de cualquier campo, deidades menores que tratan de paliar con su presencia la falta de sustancia y de ideas... Un no parar. Sabéis de lo que hablo.

Si mencionaba antes a David Ogilvy es porque entre otras muchas de sus genialidades, defendía que la publicidad debe generar confianza para resultar efectiva, y también porque reprobaba la utilización de figuras públicas o destacadas en sus campañas pues ello significaba que el producto no confiaba en sus elementos distintivos y necesitaba apoyarse en los que aportaban estos garantes coyunturales: belleza, seriedad, solvencia, etcétera.

Pero a lo que vamos, que me estoy alargando. Pablo de Villota ha empezado a mover su candidatura a la RFEDA (Real Federación Española De Automovilismo), y a pesar de que don Carlos Gracia no me hace ninguna gracia —válgame la reiteración cacofónica—, De Villota incide en el peor pecado de todos: dar por válida la inercia reinante cuando lo que piden los aficionados es un cambio de rumbo.

Copio sus últimas ideas plasmadas en un tuit:

«La casa por los cimientos. 
Para que una marca de coches invierta en Automovilismo, precisa: 
1) Ser útil al I+D 
2) Impulsar ventas.
No son ONG»

Y desde mi ignorancia reflexiono: Las marcas invirtieron años ha en automovilismo porque las carreras de coches proporcionaban una visibilidad inimaginable, y ofrecían, además, una interesante relación inversión/resultados (en términos de imagen).

La competición en supuesta igualdad de concidiones con otros rivales similares, per se supone un enorme activo que dispone de una clara vertiente comercial, como ha entendido Red Bull, sin ir más lejos. La Fórmula 1 ya es sinónimo de I+D+i (Investigación, desarrollo e innovación), y el resto de campeonatos suponen un excelso en sus respectivos ámbitos... ¿Cómo y cuándo ha cambiado este escenario para que ahora resulte poco menos que imprescindible garantizar el retorno de la inversión? ¿No es ésta una función exclusiva de los equipos?

¿Por qué hay que vender para formar parte de la Fórmula 1 o de otras disciplinas? ¿Competir por competir ha dejado de ser importante para una actividad que sigue apelando a lo deportivo y en la que intervienen deportistas?

¿No son una ONG las marcas? ¿Esto va en serio? ¿No será que la RFEDA y la FIA, organismo en que está integrada la primera, son las que nos son una ONG, e incapaces de enfatizar los valores propios de la competición automovilística, dependen ahora de la participación de las marcas para mantener el atractivo, como hace la aseguradora que mencionaba antes con la solvencia que ofrece la figura del presentador de televisión en sus anuncios...?

Hace no tanto, a la Fórmula 1 (disciplina de la que abuso en este blog) le bastaba con ser Fórmula 1 para que las marcas e iniciativas privadas buscaran hueco en ella.

El sujeto de la oración estaba claro. Era el exponente de algo que nos hemos dejado en el camino, y me gustaría saber llegados a este punto, como simple aficionado, vaya, si el próximo Presidente de la RFEDA pretende seguir mareando la perdiz entre patronazgos e ideales, o va a coger el toro por los cuernos y va a devolver la actividad a quienes todavía sueñan con que es posible que una iniciativa sin protección ni padrinos, puede llegar a lo más alto porque por encima del negocio, siempre está el deporte. La sana competición.

Os leo.

2 comentarios:

GRING dijo...

Hace unos días se hacía pública la mejor alineación histórica de Cruyff, los que considera el mejor once posible. Habrá una distinta por cada aficionado, con seguridad, pero lo que quiero señalar es que el más joven de la lista es Guardiola, y el siguiente Maradona, si no me equivoco. El resto son de épocas en que el fútbol era un deporte de masas, pero no de audiencias masivas, épocas en la que las camisetas solo llevaban el escudo del equipo por delante y un número por detrás. Para que haya buen deporte y buenos deportistas la fiesta publicitaria es accesoria. Nos dirán que imprescindible, que no digo que no, pero efectivamente hay que poner otras cosas más esenciales en la balanza. ¿Deporte, competición, espectáculo, negocio? ¿Qué porcentaje de importancia ofrece Pablo de Villota a cada aspecto?

Aficionando dijo...

Yo siempre lo he creido: la F1 no es un deporte ni falta que le importa, como decía aquella. Son carreras. Sólo aspiramos a que haya cierta igualdad en la aplicación de las normas, que la balanza no se incline demasiado hacia un lado u otro. Quizás que haya un reparto más justo de los ingresos para permitir mayores oportunidades a los equipos más pequeños. ¿Deporte? Por qué el deporte es noble per se y no pueden serlo otras actividades competitivas que no tienen que ser necesariamente "deportes"?
El deporte está sobrevalorado. Son CARRERAS, demonios.