martes, 23 de febrero de 2016

Take me to church


Existen dos seres en el mundo que desean más que nadie que el MP4/31 de McLaren se muestre veloz y fiable durante 2016. No forman parte de nuestras filas aunque juntos suman el mismo número de campeonatos mundiales que Schumacher. Son ángeles tristes...

Sebastian tuvo suerte de batirse con el ogro asturiano de tú a tú y hoy sueña húmedo imaginando que sobre la Ferrari que abandonó el de Oviedo, podría repetir aquello de hacer morder el polvo al mejor piloto de esta última década y media. Fernando retiró a Michael y el de Heppenheim desearía vengarlo.

Lewis no ha tenido tanta fortuna. 2007 supuso un primer asalto que al final se llevó Kimi. 2008 siempre le ha sabido a poco. 2014 y 2015, pues eso, no estaba Alonso para barnizarlos de gloria.

De estos dos tristes tigres me quedo con la sombra de ambos, entre otras cosas, porque puedo permitírmelo. Obviamente tengo predilección por el as inglés. Le odié un día y cuando eran otros los que le pateaban el culo, sentí esa necesidad tan latina de hacer piña con las causas perdidas. De aquel extraño día de 2009 en que firmé la paz con él recordando al bueno de Iván, hasta hoy, pero no por pura inercia, sino porque Hamilton ha crecido entre desiertos y renuncias, superándose a sí mismo, superando la ausencia de Nicole, superando ese mullido presente en el que a veces no sabes qué hacer con el día siguiente.

Es puro espectáculo en un mundo que ha dado la espalda a eso. Patán, gañán, pero excelso sobre la pista cuando no le pueden sus impulos, Lewis merece menos que Sebastian que Bernie ande diciendo por ahí que esta Fórmula 1 es poco menos que una puta mierda. El hijo de Anthony y Carmen es veloz y voraz a partes iguales. Su vida privada me da lo mismo. No reparte ositos y con eso me conformo. Inicia guerras psicológicas que pierde, hace pulsos que pierde, querría elegir la estrategia cuando Toto Wolff admite que dejar a un piloto hacer precisamente eso, es comprar todas las papeletas para perder la carrera.

Pero él persiste y se pone morrón cuando no le salen las cuentas...

Gallo en gallinero que no es lo que era, Hamilton destila personalidad por los cuatro costados, incluso cuando no le dejan entrar en Wimbledon por faltar a la etiqueta... Pero en la pista, ¡Dios, cómo no arrodillarse ante él!

He dicho en infinidad de ocasiones que esta época de nuestro deporte la definen Lewis Hamilton y Fernando Alonso. Dos colosos que se encontraron quizás demasiado pronto, que jugaban sobre el asfalto en 2009 cuando no tenían nada que ganar ni perder. Dos fortalezas que necesitan encontrarse otra vez siquiera para recobrar la sonrisa.

El británico no participó en el homenaje que hizo McLaren al español por sus 250 grandes premios. Hay quien no se lo ha perdonado. Yo sí, desde luego. Que un enemigo de los buenos renuncie a lamerte la espalda, sólo significa que te sigue necesitando, que le sigues siendo útil en tu papel de otro.

Y aquí quería llegar yo, porque si el otro día hablábamos de rivalidad y de lo necesaria que resulta, hoy quería permitirme el lujo de recordar que la máxima disciplina del automovilismo es diferente a otras atmósferas, precisamente porque un nombre no es nombre hasta que se enfrenta a su sombra.

Os leo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hermano que buen articulo, uno de los mejores que te he podido leer... son sus nemesis y se necesitan, a hamilton no le basta pelear con vettel, lo de el es derrotar al mejor y ese lleva por nombre: Fernando Alonso.. la misma historia de Senna, lo de el era derrotar al mejor der su epoca y ese fue Alain Prost.


Suerte amigo y sigue escribiendo, que todos seguiremos leyenhdo tus estradas, animo que el camino y la lucha siempre son largas.

Carlos Ollarves
Carora - Venezuela

pocascanas dijo...

Lo poquito de épica que le puede quedar a este bendito deporte, parece estar sabiamente resumido en este blog...

Qué gusto leerte.
Vaya un abrazo desde el Coño Sur.