Mi primera colaboración para TercerEquipo en noviembre pasado, reflexionaba sobre las urdimbres de un espectáculo que demasiadas veces deja de serlo para convertirse en una faceta más de un negocio colosal. El aficionado, el deporte y las propias carreras, dejan de tener sentido cuando para vencer en pista hace falta realizar un despliegue que dejaría pálida la estrategia aplicada a los más duros enfrentamientos bélicos... Sin embargo, la Fórmula 1 sigue resultando tremendamente atractiva...
Si fuese un cuento debería comenzar por el consabido y tradicional «Érase que se era», pero por suerte para todos nosotros esto es Fórmula 1, el campo de juego más duro del mundo, un escenario que perfectamente podría hacer palidecer de envidia la trama de Juego de Tronos.
Si fuese un cuento debería comenzar por el consabido y tradicional «Érase que se era», pero por suerte para todos nosotros esto es Fórmula 1, el campo de juego más duro del mundo, un escenario que perfectamente podría hacer palidecer de envidia la trama de Juego de Tronos.
Soy consciente de que muchos aficionados se quedan con la película de barniz, incapaces de llegar más abajo. Chasis, aerodinámica, motor, estrategia en pista y labor de hombres y mujeres como nosotros que trabajan codo con codo en un enfoque común… Pero ¿basta con ello o es necesario integrar en la ecuación, también, la labor política que a veces es tan difícil de digerir cuando hablamos de deporte? Los despachos… ¡Ay, los despachos! En los despachos perdió Senna su Mundial 1989. Ce n’est pas possible!
Cuando ponemos sobre la mesa las afirmaciones de Luca Cordero di Montezemolo al respecto de que Mercedes AMG jugaba en ventaja desde 2007, mucho antes del nacimiento de la etapa híbrida —al de Bolonia se lo había contado Niki Lauda, hoy preboste en la anglo-germana—, y sumamos a ello las recientes palabras de Bernie Ecclestone sobre el papel que ha jugado Ross Brawn desde 2006 a esta parte en la definición de nuestra actualidad, lejos de arrugarme me quito el sombrero.
La Fórmula 1 es un teatro operacional donde las grandes empresas, señoras multinacionales algunas veces, bajan al barro como quizás no ocurre en ningún otro deporte/espectáculo. Nunca he tenido miedo a entenderlo así. Intereses, política comercial, sombras por doquier, hacen de este vasto territorio que vemos cada fin de semana de carrera, un lugar único, tan indescriptible como magnético.
Stuttgart, a tenor de lo que vamos sabiendo, se movía mejor que sus rivales incluso antes de que desembarcara en El Circo con Michael Schumacher en sus filas, tras 55 años de ausencia.
Bien mirado es comprensible. Si decides retirarte de los Grand Prix y cualquier competición después del accidente de Pierre Levegh el las 24 Horas de Le Mans 1955, y optas por volver en 2010, lo lógico es que lo hagas por todo lo alto, ¡a lo grande!, aceptando correr el riesgo de someter a la máxima disciplina del motorsport a un colapso del que parece incapaz de sacarla incluso Liberty.
Mercedes AMG vence. Vence siempre. Llevamos cuatro años consecutivos viéndola vencer sin atisbo de compasión para sus contrincantes, lo que no es óbice para que dejemos de hacernos algunas preguntas. Este año hemos estrenado una normativa, por ejemplo, que se llevaba perfilando desde 2013 y que tenía como fin acabar con la hegemonía de la de las tres puntas, pero alguien ha admitido a trámite el asunto de perpetuar la mezcla de aceite con el combustible y ha canonizado el subterfugio que ha hecho inhábil todo el esfuerzo invertido en que la aerodinámica sepa o pueda, limar a la mecánica toda su aspereza.
No hay rivales para la plateada, esto es un hecho. Vettel y Ferrari lo han intentado este año, pero la fiabilidad y más de un error humano han hecho que todo quede en agua de borrajas, en un suspiro de esperanza. En nada, en definitiva.
Me pregunto a estas horas no en si Lewis y Nico tienen lo que merecen, que a todas luces parece que sí, sino hacia dónde vamos que no somos capaces de neutralizar a los pillos aunque ejerzan de gigantes. Mercedes AMG es la mejor propuesta de estos últimos años y esto resulta incontestable. Venía de lejos, la alemana supo imponer sus criterios, pero no tengo muy claro que el camino haya merecido la pena.
Ser el mejor es muy duro, pero si al final el juguete se rompe, no sé yo si acaban saliendo las cuentas. Tony Kanaan advertía a Hamilton que compitiendo en un Mundial de dos coches (2016), el británico sólo pudo quedar segundo… Entiendo que la política es importante en Fórmula 1, pero quizás sería momento de pensar en que tanto acelerador, a veces puede resultar contraproducente.
Pónganse de pie. Admiren a la de Brackley y a Hamilton, pero luego, por favor, piénsenlo dos veces, que no hay viaje que valga para tanta alforja.
Os leo.
1 comentario:
Sólo puedo añadir dos palabras....Obra maestra .
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