sábado, 10 de febrero de 2018

¡Veni, vidi, vinci! [Sin fecha]


Honda no está de moda y hasta McLaren ha participado en un documental que lava la importante cuota de responsabilidad que tiene en el follón de este año pasado. Me gustan los japoneses y viene de antiguo. Y era 2009 y Prostvuelve, entonces amigo y aliado, me pedía que escribiera algo sobre la nipona para su blog FernandoveteaHonda, en plan Firma Invitada y tal. Accedí, cómo no iba a hacerlo, incluso sin saber de la fetua que se aplicaría posteriormente a mi texto. Y a comienzos de 2018 entiendo que merece la pena que lo recordemos... Así que pasen y lean, por favor. 


«Casi no podía seguir mirando la carrera, porque parecía que todo el cuerpo se me revolvía cuando veía nuestros coches.» [Soichiro Honda, Watkins Glen (3 de octubre de 1965)].

Si algo me ha molestado del reciente abandono de Honda, ha sido la lamentable sensación que ha transmitido tamaña salida por la puerta de atrás a los nuevos aficionados, e incluso, si me apuráis, a los no tan nuevos, porque nada más lejos de la filosofía inicial de la marca japonesa que tomarse las cosas tan a la ligera como para tirar la toalla sin presentar batalla. Honda se sintió mal viendo a sus coches siendo superados por sus contrincantes en Watkins Glen, y no era para menos, porque la guerra había comenzado y el espectáculo suponía un revés desagradable para las aspiraciones de su equipo, ya que éste luchaba por la victoria y contra el reloj.

Dos años antes, a principios de 1963, la casa nipona había comenzado a desarrollar su primer proyecto de F1 en base a una premisa muy sencilla: vencer en un Grand Prix para ayudar a la implantación comercial de los vehículos de calle deportivos que se estaban produciendo. Pero había un problema, la normativa vigente en aquel momento contemplaba motores de 1.500 c.c. sólo hasta 1966, por lo que Honda disponía únicamente de dos años para lograr la hazaña.

Con el prototipo RA-270 (en alusión a los 270 kilómetros por hora de velocidad punta que conseguía) totalmente terminado a finales de 1963, la escudería decidió estrenarse en el G.P. de Mónaco de 1964, la primera prueba del calendario, con su inmediata evolución, el RA-271, desarrollado a la par que el RA-270, pero planteado directamente para competir.

Ante lo limitado del tiempo disponible y las numerosas dudas que envolvían al proyecto, Honda se centró en la preparación del motor, cediendo a Lotus la elaboración del chasis y la carrocería del monoplaza. Pero contra todo pronóstico, la firma británica dejó en la estacada a la del sol naciente —Jaguar, socia mayoritaria de Clymax Company, obligó a Colin Chapman a romper el acuerdo so pena de ver cancelado el apoyo que recibía en su aventura en resistencia—, lo que llevó a Yoshio Nakamura, director de F1 de la japonesa, a tomar la decisión de apostar por el todo o nada.

Por si había pocos problemas, la escasez de conductores nativos que pudieran hacer frente al desafío era palmaria. Para resolver la situación, Honda se animó a buscar fuera de Japón una cara nueva que estuviera a la altura de las expectativas. El elegido fue el piloto estadounidense Ronnie Bucknam, que aunque había demostrado su valía en carreras locales de la costa oeste norteamericana, carecía, sin embargo, de experiencia alguna en F1.

Bucknam y el RA-271 no pudieron participar en Mónaco, pero se estrenaron finalmente en el viejo circuito de Nürgurgring con sus 22,8 kilómetros de recorrido, y aunque en algunos momentos el monoplaza se mantuvo a la altura de los Ferrari y Lotus, coche y piloto terminaron su común aventura en la vuelta 12 de las 15 previstas, con una salida de pista que acabó en las protecciones. Monza, su segunda participación, y Watkins Glen, su tercera y última de aquel año, también se firmaron con amargos sinsabores.

Agotado 1964, quedaba tan sólo un año para cumplir el cometido autoimpuesto. En 1965, Honda había entendido que además de un piloto rápido el equipo necesitaba de alguien que comprendiera el coche y pudiera transmitir a los mecánicos cualquier cosa que permitiera mejorarlo, y eligieron a otro norteamericano, Richie Ghinter, un hombre que aunque no era especialmente veloz, conocía a la perfección la mecánica y disfrutaba de una abultada experiencia en F1 (Ferrari desde 1960 hasta 1961; y BRM desde 1962 a 1964).

Como primer piloto de la escudería y compartiendo volante con Bucknam, Ghinter disfrutó del RA-272, más potente que su antecesor pero con idéntica cantidad de problemas, lo que originó una desastrosa cadena de fracasos. Pero en el último gran premio de aquel año, con el contador casi agotado pues a partir de la sesión siguiente los motores de 1.500 c.c. pasarían a la historia, sin Soichiro Honda en las gradas, y con Bucknam terminando quinto, el RA-272 de Richie lograba la victoria en el G.P. de México.

Después de abrazarse al piloto americano para festejar la gesta, Nakamura se retiró para enviar un telecable a Tokio en el que transmitía a Soichiro Honda un escueto encadenado de palabras: «¡Veni, vidi, vinci!»

….

Decía al principio que la lamentable sensación que ha transmitido Honda al salir por la puerta de atrás del mundo de la competición, en 2008, no se corresponde con la filosofía que la convirtió en una leyenda, y espero de todo corazón haber ayudado a disipar las dudas.

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