Tamara Taylor esta mañana, él ahora... Puedo y quiero imaginar el resto.
Sigue manteniendo intacto el brillo en la mirada y desearía poder decirle ahora que el tiempo nos ha congelado a ambos, que parece un crío, así, todavía vivo; que Juancho se las piró porque había que pedir permiso para adelantar; que Sebastian gritó una vez por radio, que había sentido auténtico miedo, como si esa sensación única en el interior de un monoplaza, se pudiese tasar en términos de autenticidad o falsedad; que se ríen de Pastor porque tiene dinero para romper los juguetes que paga su sponsor venezolano.
El hijo de Keke avisaba a su muro el domingo pasado, que su compi le obligaba a ir lentito y a Lewis le han echado sermón por regar con champán del bueno en el podio, a una de esas preciosidades que en su tiempo, cualquier piloto habría intentado llevarse a la cama no por desmerecerla o humillarla, que el amor siempre ha sido cosa de dos, sino por vivir juntos un momento de euforia que lleva a compartir un polvo o dos, o tres, o los que es capaz de dar de sí la noche, mientras él aprende el nombre de ella, porque el suyo es de sobra conocido aunque corresponda a un reserva que lleva una lata por cimera.
Algo está ocurriendo, que nos puede la necesidad de pasar al anonimato porque el día a día quema.
Algo tan simple, tal vez, como que esta Fórmula 1 no es la que parió nuestra madre y no hay quien que la reconozca. Algo tan sencillo, quizá, como que los auténticos héroes empiezan a quedarnos a desmano y la vida nos arroja a asimilarla aunque nadie la entienda, ni en el fondo, la quiera.
Toca tragar con que la parrilla y el paddock se han convertido en lugares donde impera el besuqueo y las buena maneras, y el anhelo. Donde Kimi es un individuo en el fondo sensible, porque Bernie le ha prohibido homenajear en su casco a un tipo lejano ahora, que respondía al nombre de James Hunt.
Os leo.
Os leo.
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