Mientras en Ferrari alaban la fortaleza mental de Lewis, a éste le ha bastado para reencauzar su destino en Brackley un amago de metapolabocaylanarizynorespiro en Canadá, y una mano negra amiga —lo del color ese que usted me dice se me ha escapado, disculpad—, que acusaba a Mercedes AMG de jugar con la integridad física del astro británico [Mercedes F1 denuncia a la policía un correo que le acusa de sabotear a Hamilton].
Es curioso cómo cambian las cosas. En 2007, sin ir más lejos, resultaba suficiente para que nadie se alarmara tanto, ni mucho menos molestar a la policía, que te metieran mano al vehículo a plena luz del día.
También es verdad que antiguamente los dramas se trabajaban mejor. Te podían tocar las presiones de las gomas o alterar su temperatura mediante un erróneo calibrado de las mantillas térmicas, o te ponían piezas usadas en la caja de cambios, o te amenazaban con que te podían quitar unos caballejos de potencia que no notaría nadie, o te pasaba que se caía un plafón durante la noche que te jodía todo el trabajo del fin de semana reglando el monoplaza, o, simplemente, te daban las estrategias malas.
Si todo esto fallaba siempre quedaba el recurso de que don Anthony fuera con el cuento a Charlie o éste actuara de oficio, de su oficio, claro...
A la salida de Canadá Russell sacaba 14 puntos a Hamilton, en España iba delante del pedorro a mitad de carrera, y me dirán ustedes qué necesidad había de hacerle cambiar de ruedas en la vuelta 36 a Montmeló, y a peor compuesto que su compañero, si no fue para justificar que el chantajito flanderiano del heptacampeón merecía un podio de consolación que evitase un pifostio como el que llegó a montar en 2016 con Nico Rosberg.
Os leo.
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