martes, 11 de junio de 2024

El negocio...


Lo he contado alguna vez en Nürbu, pero buena me cayó por parte de Alfredo, mi profesor de Psicología en Bellas Artes, cuando mencioné el «sentimiento oceánico» de Juan José López Ibor.

Aquel mediodía —todavía lo recuerdo—, la universidad me atravesó de parte a parte como advierte la letanía de las Bene Gesserit que debemos enfrentar el miedo. Tardé tiempo en comprender que me causó más impacto que la firmeza de su rechazo, la evidencia de que por primera vez en mi vida alguien me estaba tratando como un adulto...

Tuvimos infinita suerte aquellos años. Pedro Manterola convirtió nuestra Facultad en un alambique donde se destilaban magos. Profesores de la Universidad de Deusto en Antropología, Psicología y Pedagogía, convivencia con artistas en activo, Agustín Ibarrola o Ramón Carrera, por ejemplo; maridaje con fenómenos como Jorge Oteiza o Julio Caro Baroja, docentes que no hacían asco a doblarnos la rodilla, como mi Jedi en grabado, Pepe Fuentes Esteve, y allí, los pleasants, la tropa, incapaces de asimilar entonces que, gracias al gigante navarro, jugábamos en la liga de los grandes y disfrutábamos de una oportunidad única que, por cierto, no se ha vuelto a dar.

Alfredo se despidió de nosotros en junio de hace muchísimo tiempo, admitiendo que le habíamos sorprendido. En plan alabanza y reconocimiento. Él también había calibrado mal a sus alumnos...

Tres lecciones: no valores a la gente salvo por lo que da; la vida es un juego, conviene saber sus reglas, pero, si te las saltas, jamás te engañes; y la más importante de todas: si pretendes crecer, mídete primero con los que te pueden.

No salimos de la retórica. Deporte, espectáculo o negocio a secas. Quizás habría que elevarse un poco y olvidar la bendita taxonomía, para entender que la Fórmula 1 no es más negocio por ser menos deporte, o que debe ser deporte por imperativo para resultar un negocio rentable. Entre sus luces y sombras existe un infinito paisaje que rebosa matices. Entender el juego, conocer sus normas, aceptarlas, y saber que si las sorteas, estás jugando al mismo nivel que Ayrton Senna, Alain Prost, Michael Schumacher o Fernando Alonso.

Os leo.

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