miércoles, 17 de agosto de 2016

¡Que viva el vino!


Estamos a 17 de agosto y apenas nos quedan un puñado de días para que todo se vuelva a poner en marcha en uno de los circuitos más magnéticos de la temporada: Spa-Francorchamps. Llevo a cuestas este mes 25 textos con éste, y hay todavía quien me tacha de pesimista. Oh wait!

Sería así si lo hubiese dejado hace tiempo, como han hecho muchos de los que fueron mis compañeros de faena bloguera, por no decir la mayoría. Se lo comentaba esta mañana a una amiga en Facebook: «Sigo, ergo a optimista me ganan muy pocos.» Otra cosa es que tenga que admitir, por bemoles —también lo he hecho—, que por inclinación natural tiendo a ser muy lobo solitario.

A ver, las tendencias son lo que son porque la gente no sabe a qué agarrarse y se aferra a valores supuestamente seguros que van a contracorriente incluso con más ahínco que yo, pero en plan postureo, dejando con sus argumentos tantos flecos sueltos y tanto flanco desprotegido, que es sumamente sencillo meterles mano.

Por suerte (para mí), mi peso específico en redes sociales es tan minúsculo que me permite ciertos lujos, como el de señalar como impostura ese falso optimismo que anima al aficionado a no preguntar, a no tratar de entender, a no indagar y a comulgar con ruedas de molino, porque esto siempre ha sido así y seguro que se soluciona, cuando ambos asertos son verdad y mentira a la vez.

Que la Fórmula 1 es más simple que el mecanismo de un chupete es una verdad como la copa de un pino, pero que el presente es igual que el ayer es una falacia descomunal, porque en la actualidad, el aficionado es una autoridad en chupetes a pesar de que el negocio y sus voceros persistan en negar la mayor. ¿Que se solucionará...? ¡Coño, les va el negocio en ello. Me juego el brazo con que dibujo a que lo arreglan!

Desde sus púlpitos, los influencers arengan a la feligresía a que sean felices, infinitamente felices, apasionadamente felices. ¡Que viva el vino mientras esperamos tiempos mejores! es un eslogan pesimista. No hay argumentos para justificar el presente, se arroja la toalla y se tira de fe. Ciego y a oscuras en el interior de la caverna siempre se ha estado bien, ¿por qué no iba a funcionar ahora?

La normativa de 2014 prometía igualdad en pista y espectáculo a raudales. Prevista con una duración de 5 años empezó a dar problemas apenas unos meses después de su estreno. Desigualdad, menor velocidad, menor ruido, mayor complejidad técnica, Pirelli igual que siempre, Mercedes abrumando a sus rivales y pare usted de contar... Total, que se cambia notablemente el año que viene sin haber cumplido su ciclo vital, porque sencillamente era una mierda de reglamento.

Sin embargo, los del alzacuellos blanco nos recomiendan que disfrutemos de las categorías inferiores para paladear la máxima disciplina, y resulta que es pesimista advertir ¿para qué?

Tenemos la parrilla repleta de tipos como Valtteri Bottas, que no han podido demostrar lo que valen porque se desenvuelven en un entorno de extrema complejidad técnica o con coches que son abandonados a su suerte a los pocos meses de nacer, y se nos reclama para curar nuestras heridas ver languidecer en F1 el caudal humano que viene arreando, quizás para que comprendamos al fin, que como negocio la Fórmula 1 puede estar bien aunque como deporte no haya por dónde cogerla.

Rob Smedley (Williams) es meridianamente claro en sus declaraciones a Motorsport: «The cars are incredibly complicated now with these power units, and to be able to drive the car at 200mph and manage the power unit or any other problems that arise was just asking too much.» 

Voy a ser optimista y no voy a preguntar de dónde viene ese empeño morboso en valorar a los conductores actuales como si corriesen campeonatos de hace una década, ni cuántos pilotos sobrevalorados más necesitamos antes de dejar de cantar ¡que viva el vino! Porque ¡vaya penitencia...!


Os leo.

1 comentario:

anonimo dijo...

El 2014 prometía espectáculo, y terminaron inventando la corneta para los escapes que (afortunadamente) no prosperó. Mientras tanto las cifras de MotoGP y F1 en el mismo circuito (Austria) son elocuentes: MotoGP vendió dos veces las entradas de la F1. La F1 discute si dentro de un lustro van a hacer ruido o llevarán motores eléctricos. Mientras tanto cada vez cuesta más encender la tele; nos contentamos con ver los resultados terminada la carrera.