Que la publicidad está íntimamente ligada a la competición es algo que no discute nadie. El coche de carreras se convirtió de la noche a la mañana en un anuncio rodante, y el caso es que al cabo de los años ni se nota.
Hay dos factores a tener en cuenta. El primero es que los modernos vehículos que compiten en cualquier disciplina o categoría, manifiestan un enfoque publicitario —llamémoslo así—, que trata de sustantivar el valor del equipo o la marca por encima de otras consideraciones, de forma que los anunciantes, independientemente de su peso en los presupuestos de la escudería, son relegados a un plano secundario aunque no quieran. El segundo, obviamente, es la ausencia casi total de una creatividad que permita diferenciarse del rival.
En lo nuestro, y si miramos la parrilla detenidamente, nos encontramos con que Mercedes AMG va disfrazada en pista de flecha de plata (Mercedes-Benz), que Ferrari va de Ferrari así llueva o truene, que Red Bull parece un lata de su producto estrella, que McLaren va de incógnito y que Renault viste de amarillo renault riguroso, con lo cual, el primer factor que citaba antes se cumple a rajatabla y el resto de patrocinadores que aparecen sobre sus carrocerías, se supeditan a este imaginario en el que hacer de comparsa siempre resulta bueno.
Si como publicista tuviera que poner una nota a estos cinco equipos, ninguno llegaba al aprobado, os lo juro. Y no se trata de si son bonitos o no, porque en publicidad lo único que existe es la eficiencia.
Y el caso es que Mercedes AMG pinta sus carrocerías casi de idéntica manera desde que desembarcó en El Circo en 2010. Red Bull no ha cambiado nada desde que llegó a esto en 2005, salvo algún punto y coma, y para colmo, con una falta de creatividad que podría hacernos pensar que se estrenó en 1995, cuando patrocinaba a Sauber. De Ferrari qué os voy a contar. ¿Y de McLaren?
El cate de Renault sería el más cercano al 5, digamos que un 4,8; pero como comprendo que ha sido por la novedad y la necesidad de distanciarse de Lotus, y además entiendo que el año que viene seguirán de amarillo y en 2018 también, me dan ganas de rebajárselo a un 2,5, por facilones.
Sobre Toro Rosso y Manor sólo voy a decir que van de vacío. Teniendo posibilidades, ambas se han quedado ancladas en una imagen que suena al aficionado y de ahí no se menean. La primera por ser filial de Red Bull y porque el diseñata será el mismo para ambas casas o en su caso, su hermano gemelo. Y la segunda, porque piensa que ha encontrado una imagen que la representa aunque no lo haga, y no parece que haya forma de quitárselo de la cabeza.
Haas es un bodrio como distintivo, y Sauber, un bodrio multiplicado por siete por malgastar las infinitas psoibilidades que propone Banco do Brasil. Mi amigo Borja Sanz coge el logotipo, las letras y sus colores tan feos, y lo borda sin necesidad de levantar el lápiz del papel...
Nos quedan Force India y Williams, mis aprobados raspados, aunque ambas adolecen de lo mismo: se la cogen con papel de fumar y llevan años sonando a lo que sonaban cuando estrenaron librea.
Librea, qué bonita palabra, pena que nos haga retroceder en el tiempo a épocas en que los colores o la mezcla de ellos distinguían una idea de otra sobre la pista. Luego llegó el vinilo grueso y las líneas que atravesaban las carrocerías de parte a parte, Colin vistiendo de cajetilla de tabaco su Lotus 49b y el estruendo de colores y formas que anegaron nuestro ojos hasta finales de los noventa del siglo pasado... Y después el silencio de nuevo, la falta de ideas, la incapacidad para entender que si consigues destacarte de la competencia, has vencido en términos de inversión publicitaria aunque el coche que lleve tu marca o tu eslogan sobre su carrocería, termine último.
El vinilo se ha acoplado a los nuevos tiempos. Ahora se mide en micras de espesor y es capaz de representar devanecidos, pero no parece quedar nadie con la imaginación suficiente como para utilizarlo y convencer a un patrocinador con un sencillo bosquejo, de que la marca de este último —la suya, no la del equipo o el fabricante—, puede quedar grabada en la retina de los consumidores con la misma fuerza que ha permitido a pesar de los años transcurridos, que McLaren, por ejemplo, sea mundialmente reconocida por los colores de Marlboro.
Eso es impacto publicitario, lo demás: intentonas o no entender el negocio.
Os leo.
Hay dos factores a tener en cuenta. El primero es que los modernos vehículos que compiten en cualquier disciplina o categoría, manifiestan un enfoque publicitario —llamémoslo así—, que trata de sustantivar el valor del equipo o la marca por encima de otras consideraciones, de forma que los anunciantes, independientemente de su peso en los presupuestos de la escudería, son relegados a un plano secundario aunque no quieran. El segundo, obviamente, es la ausencia casi total de una creatividad que permita diferenciarse del rival.
En lo nuestro, y si miramos la parrilla detenidamente, nos encontramos con que Mercedes AMG va disfrazada en pista de flecha de plata (Mercedes-Benz), que Ferrari va de Ferrari así llueva o truene, que Red Bull parece un lata de su producto estrella, que McLaren va de incógnito y que Renault viste de amarillo renault riguroso, con lo cual, el primer factor que citaba antes se cumple a rajatabla y el resto de patrocinadores que aparecen sobre sus carrocerías, se supeditan a este imaginario en el que hacer de comparsa siempre resulta bueno.
Si como publicista tuviera que poner una nota a estos cinco equipos, ninguno llegaba al aprobado, os lo juro. Y no se trata de si son bonitos o no, porque en publicidad lo único que existe es la eficiencia.
Y el caso es que Mercedes AMG pinta sus carrocerías casi de idéntica manera desde que desembarcó en El Circo en 2010. Red Bull no ha cambiado nada desde que llegó a esto en 2005, salvo algún punto y coma, y para colmo, con una falta de creatividad que podría hacernos pensar que se estrenó en 1995, cuando patrocinaba a Sauber. De Ferrari qué os voy a contar. ¿Y de McLaren?
El cate de Renault sería el más cercano al 5, digamos que un 4,8; pero como comprendo que ha sido por la novedad y la necesidad de distanciarse de Lotus, y además entiendo que el año que viene seguirán de amarillo y en 2018 también, me dan ganas de rebajárselo a un 2,5, por facilones.
Sobre Toro Rosso y Manor sólo voy a decir que van de vacío. Teniendo posibilidades, ambas se han quedado ancladas en una imagen que suena al aficionado y de ahí no se menean. La primera por ser filial de Red Bull y porque el diseñata será el mismo para ambas casas o en su caso, su hermano gemelo. Y la segunda, porque piensa que ha encontrado una imagen que la representa aunque no lo haga, y no parece que haya forma de quitárselo de la cabeza.
Haas es un bodrio como distintivo, y Sauber, un bodrio multiplicado por siete por malgastar las infinitas psoibilidades que propone Banco do Brasil. Mi amigo Borja Sanz coge el logotipo, las letras y sus colores tan feos, y lo borda sin necesidad de levantar el lápiz del papel...
Nos quedan Force India y Williams, mis aprobados raspados, aunque ambas adolecen de lo mismo: se la cogen con papel de fumar y llevan años sonando a lo que sonaban cuando estrenaron librea.
Librea, qué bonita palabra, pena que nos haga retroceder en el tiempo a épocas en que los colores o la mezcla de ellos distinguían una idea de otra sobre la pista. Luego llegó el vinilo grueso y las líneas que atravesaban las carrocerías de parte a parte, Colin vistiendo de cajetilla de tabaco su Lotus 49b y el estruendo de colores y formas que anegaron nuestro ojos hasta finales de los noventa del siglo pasado... Y después el silencio de nuevo, la falta de ideas, la incapacidad para entender que si consigues destacarte de la competencia, has vencido en términos de inversión publicitaria aunque el coche que lleve tu marca o tu eslogan sobre su carrocería, termine último.
El vinilo se ha acoplado a los nuevos tiempos. Ahora se mide en micras de espesor y es capaz de representar devanecidos, pero no parece quedar nadie con la imaginación suficiente como para utilizarlo y convencer a un patrocinador con un sencillo bosquejo, de que la marca de este último —la suya, no la del equipo o el fabricante—, puede quedar grabada en la retina de los consumidores con la misma fuerza que ha permitido a pesar de los años transcurridos, que McLaren, por ejemplo, sea mundialmente reconocida por los colores de Marlboro.
Eso es impacto publicitario, lo demás: intentonas o no entender el negocio.
Os leo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario