miércoles, 17 de agosto de 2016

La generación del 27


Suelo revisistar cada cierto tiempo la figura de Villeneuve (el bueno), con la intención de elevarme un poco sobre las cenizas de la Fórmula 1, que uno necesita aire y a veces no sabe dónde encontrarlo. El canadiense y sus piruetas en pista no tendrían cabida en el actual formato deportivo. Lo escribí no hace mucho: Gilles no habría pasado en la actualidad de ser un sobrevalorado más.

Protegido de Enzo Ferrari; involucrado en un accidente con víctimas mortales; protagonista de arrancadas de vértigo, de adelantamientos al límite de lo razonable, de incidentes que lo llevaron a carretear hasta boxes sobre tres ruedas o con el morro destrozado del monoplaza impidiéndole la visión frontal, o de duelos como el que mantuvo con René Arnoux en Dijon-Prenois; el quebequés pertenecía a esa estirpe de hombres que si no encontraban el camino lo inventaban. 

Tan sólo seis victorias en su carrera profesional, y un final incluso más épico que el que tuvo Ayrton Senna, por cuanto el 8 de mayo de 1982, en Zolder, Villeneuve perdía la vida intentando arrancar de su memoria el recuerdo de la traición sufrida en Imola a manos de su compañero Didier Pironi.

Gilles era Ferrari, la Ferrari que enamoró a la generación a la que pertenezco, la del 27, la que entrevió que en el habitáculo de la 126C2 que vestía ese dorsal, no iba un hombre, sino la amalgama de todo eso que le pedimos a un piloto de carreras. De todo eso, tan escaso ahora, que conforma nuestro ideario colectivo a pesar de que nos hemos doblegado a los imperativos de los tiempos que corren.

Charlie Whiting no le habría pasado ni una, ni aunque lo hubiese pretendido, que imagino que ni se le pasaría por la cabeza. 

No se trataba de transgredir los límites físicos de la actividad, o las normas (pocas entonces y menos escrupulosas que ahora). El canadiense siempre iba más lejos, en las curvas, en las rectas, en los acosos, en el rebufo, en el cuerpo a cuerpo, y por supuesto, en los sorpassi

El coche necesitaba más espacio, por ejemplo, y Gilles se lo daba comiendo exterior de asfalto. Iba mal en los giros amplios: Gilles dejaba deslizar la trasera del vehículo y pie a tabla para enderezarlo. ¿Iba mal en los cerrados?, pues Gilles apuraba la frenada, clavaba freno mientras reducía marchas, dejaba que la zaga se fuera un poco y otra vez a fondo con el acelerador. ¿No tenía velocidad punta...? Siempre había una estela en que apoyarse antes de dar el zarpazo, o una pista estrecha como el Jarama, donde convertirse en bastión inespugnable.

Cuentan que Il Commendatore vio en él un Tazio Nuvolari 2.0, y que como a su viejo rival y posterior amigo, trató el de Maranello al quebequés menudo. Narran que le dejó romper mil y una cajas de cambio en Mugello, que lo jaleaba siempre... Afirman que lo quería como a un hijo.

La poca o nula consistencia de algunos aficionados se consolida en su ligereza de cascos al tentar a la suerte con desafíos penosos. «Dentro de 15 años hablamos», dicen a cuenta de Max y Carlos.

Pues bien, han transcurrido 34 desde que Villeneuve se apagó. Y la generación aquella, la del 27, os sigue recordando en la actualidad que los números y las estadíticas sirven de bien poco a la hora de tasar quién es genio y pasará a la historia de todo esto que coincidimos en denominar Fórmula 1.

Os leo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los números si son importantes. Sucede que Villeneuve perdió la vida antes de ser campeón del mundo, algo que seguramente hubiera conseguido. Sin su prematura muerte sus números también hubieran sido grandes.

anonimo dijo...

Alonso dijo hace no mucho que por poco no cambia su cantidad de mundiales. Muchas veces un auto de seguridad habría significado un campeonato más (o menos, aunque no lo haya dicho).
Gilles ha sido uno de esos que estuvo en el auto equivocado. Cuando tuvo coche para el campeonato un puñado de puntos favorecieron a su compañero (Scheckter).
¿Qué hubiera sido con un neumático roto menos, o una salida menos de pista? Nos queda su imagen, por supuesto.