Vivimos tiempos extraños. Iberdrola, por ejemplo, nos quiere
convencer a través de un anuncio aparecido en prensa que lo suyo es como
el tabaco, vamos, que la cantidad de partidas que no corresponden
estrictamente al consumo de electricidad no le corresponden a ella, sino
a ese malvado Estado que carga en la factura de la luz lo que no está
escrito. Menos mal que el tabaco es un vicio penalizado con impuestos,
como el alcohol, y no un bien de consumo de primera necesidad, para
algunos de necesidad extrema ahora que llega el invierno. En todo caso
yo ya me tengo aprendida la lección. En mis próximos presupuestos
trataré de convencer a mis posibles clientes de que mi actividad es
sumamente generosa, descontando eso sí, todo aquello que no sea
creatividad pura, bien mirado, una minucia en el montante global.
En la Fórmula 1 pasa tres cuartos de lo mismo, comparamos a quien
cruce la línea de meta primero con cualquiera de los muchos héroes que
nos ha dejado esto a lo largo de su historia, eliminando de la ecuación
las enormes ventajas que ofrece el deporte moderno, quedándonos en todo
caso tan panchos. Pero qué tal si incorporamos a la evalución constantes
como el riesgo y el peligro.
Sí, es sencillo, sumamente sencillo,
basta jugar a hacerse preguntas como por ejemplo: ¿se toma un giro a la
misma velocidad sabiendo que uno puede matarse o siendo consciente de
que en el peor de los casos, la célula de seguridad te salvará el
pellejo? ¿Es lo mismo abordar una curva con la conciencia de que puedes
no salir del trance, o con la clarividencia de que si te pasas de
frenada podrás volver al circuito y a la carrera en vez de quedarte
atrapado en la gravilla o la hierba? ¿Podemos considerar idénticos dos
lances, un suponer, en los cuales en uno de ellos un adelantamiento al
límite puede originar que acabes con los huesos rotos y en el otro, que
te calcen un drive-through por cachondo…?
La Fórmula 1 ha cambiado su contexto. Hoy en día la seguridad activa y
pasiva que rodea a pilotos y vehículos, bendecible en todo caso, es tan
grande que ha afectado a la forma de conducir y por supuesto a la
estimación de los riesgos que puede tomar un conductor cualquiera. Decir
que todo esto es más fácil sería una estupidez reduccionista de tomo y
lomo. Es diferente, dejémoslo ahí, pero como tal debería servirnos para
que en nuestras valoraciones nos palpáramos un poco la ropa, ya que hoy
en día, los hombres que conducen las máquinas están aliviados de muchos
de los miedos que atenazaban a sus mayores y por tanto, los riesgos que
acometen en sus evoluciones en pista son inevitablemente más grandes y
generosos, como sus premios, cuantificabes en récords o hazañas.
No quiero desmerecer a nadie ni mezclar tocino y velocidad. Sebastian
es un tiro sobre el asfalto, pero no es comparable ni a Alain Prost ni a
Juan Manuel Fangio, ni siquiera a Michael Schumacher, sencillamente
porque su mundo es distinto y le permite sortear unos riesgos que al
menos a los dos primeros que he citado, les situaban al borde del abismo
en cada prueba y les ponían por tanto, los testículos en la garganta en
cada giro o adelantamiento, y perdonadme lo soez de la expresión.
Anthony Davidson nos lo recordaba no hace mucho: «El problema es que cuanto más seguro es el circuito, menos precauciones toman los pilotos. Ya no hay tanto respeto dentro de la pista por
la seguridad de los demás como antes. Creen que pueden alinearse rueda a
rueda en la recta principal, ya que el coche es muy seguro. Es lo que
se piensan, se vuelven locos, llegando casi al límite de la conducción
temeraria.» Y hago mías sus palabras para matizar que donde se dice respeto por los otros conductores,
se podría decir también los límites razonables de la actividad,
aquellos temores humanos que en otro tiempo estaban siempre presentes
una vez el piloto cogía el volante de su coche entre las manos, y que
hoy sencillamente, han desaparecido del espectro y no cuentan.
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