Soy un tipo afortunado. Ando un poco pum, escucho a Mark Knopfler cantando Get lucky y me pongo pam
en lo que tardan algunos mortales en pestañear. Total, que me daba
repelús ponerme a escribir, y he recordado en la brevedad de un instante
que el futuro se labra en el presente aunque no se tengan malditas las
ganas.
Al final todo es una sencilla cuestión de perspectiva, de mirar las cosas de arriba abajo en vez de abajo a arriba, de aceptar de una vez por todas, aunque
sea una vez más (y las que quedan), que no se consigue nada esperando a
un séptimo de caballería que jamás te ha salvado el culo porque siempre
ha estado entretenido en sus propias guerras.
Saberse cáscara de nuez en mitad de un
océano no está tan mal. Bien mirado incluso no deja de tener su gracia.
Muy particular, sí, dolorosa a veces y feliz otras, que ha ido aflorando
sin intermediarios ni distribuidoras para fortalecer al cabo del tiempo
una relación extraña con lo inaccesible, que se ha materializado en la
actualidad en lo que eres y no en lo que querías ser.
Algo de esto debe estar pasándole ahora mismo a McLaren. La de Woking ha perdido la magia y se ha quedado en pelota picada para ser defendida in extremis
por Jenson y Sergio. Lewis el poeta se ha pirado a Mercedes y la de
Brackley, insatisfecha con lo conseguido hasta el momento, parece seguir
empeñada en drenar recursos ad nauseam de Surrey a
Northamptonshire, pero aunque en el fondo todos sabemos que son los
padres y no los Reyes Magos quienes obran el milagro, el asunto no deja
de tener algo de injusticia poética en sus entrañas.
¿Quién lo merece? McLaren, ¡coño! La tierra de Bruce, el puerto de
Emerson, el primer volante de Gilles y el fuego que cabalgaron Ayrton y
Alain, merece lo que sea más que la historia esta que parió Ross Brawn
en comandita con Norbert Haug a la hora de engañar a la de las tres
puntas. Sí, sí y sí, abogo por ello y he encendido un cirio a San Judas
Tadeo, el de las causas perdidas, no el de las monedas y el dogal al
cuello, en aras de que se obre el milagro en un tiempo que ya no cree en
ellos.
Es cierto que Button y Pérez se las van a tener que ver con uno de
los episodios más bajos habidos en la segunda escudería de la parrilla,
al menos sobre el papel, pero visto lo visto con la primera y con esa
bagatela que produce latas de bebedizos energéticos y récords a
cascoporro que se ha cascado tres dobletes consecutivos, me parece
precipitado y criminal negar una mano amiga a uno de los iconos de todo
esto.
McLaren tiene necesidad de rescatarse a sí misma, de comprenderse primero, también de saberse útil y eficiente sin el niño.
Y ahí entra la experiencia de uno de los mejores pilotos de la
parrilla, Jenson, que aunque no se sea de los más electrizantes, sí es
de los que guardan sabios ases en la manga. Y por supuesto, la sabia
nueva que aporta el mexicano Sergio a un equipo que por primera vez en
muchos años, pivota en una escala en la que existen un jedi y un padawan nominativos que tienen la obligación de entenderse sobre el asfalto por el bien de la escudería.
Son los padres, siempre lo han sido, y si no, preguntádselo a Razia, que ha visto cómo Bianchi firmaba por su asiento porque Marussia aspira a un motor Ferrari cliente
para 2014 (sí, ya sé que las razones oficiales son otras, pero al año
que viene os emplazo para valorar juntos todo esto), pero aunque lo
sean, que no lo discuto, juro por lo más sagrado que una noche de Reyes
yo mismo hice de Baltasar el astrónomo, para enseñarle a mi hijo Josu
—hacía de Melchor el chiquillo—, que la magia, como el futuro, se labran
la una en los imposibles y el otro, en los presentes que dan incluso
por el saco.
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