La portentosa rapidez que adquiere el velociraptor cuando caza es 
genuina. Solitario y en soledad absoluta aunque se encuentre rodeado de 
iguales, reduce a mínimos el espacio que existe entre lo cierto y lo 
falso, entre la falsedad y la certeza, entre el éxito y la derrota, 
entre ser cazador o convertirse en presa…
No me han llegado todavía los refuerzos que pedí el lunes por la 
tarde, pero sospecho que lo de las conversaciones vía radio, entre 
pilotos y muro, es relativamente reciente, lo que nos pone en que el 
mayor depredador de nuestra historia deportiva trabajó profundamente 
solo sobre el asfalto, como imaginaba, en esa soledad que se macera 
entre que el patrón te dice a pie de parrilla lo que tienes que hacer y 
lo que espera el equipo de ti; lo que esperas tú, a su vez, de ese otro 
velociraptor con el que compartes escudería y con el que has establecido
 un pacto de no agresión que siempre resulta papel mojado; y lo que 
habrás de hacer tú, otra vez tú, cuando la responsabilidad de la carrera
 recaiga sobre tus hombros.
Así, y espero que se me comprenda, 56 giros completos a un circuito como Sepang, que ni existía en la era de las bestias,
 supone un contradiós extremo, nada menos que 56 oportunidades de 
cagarla y otras tantas de tomar decisiones a cada centímetro o en cada 
curva, sin que nadie te susurre al oído que si tienes un neumático algo 
caído en rendimiento, que si debes entrar a garajes a cambiar de 
compuestos, que si pongas un mapa restrictivo porque hay que llegar vivo
 al final de la prueba.
Solo, estás solo escuchando el ronroneo del motor, intentando 
detectar si va bien o anda delicado, notando el calor a tu espalda que 
te dice si todo va normal o existe algún problema, oliendo acaso el 
perfume apocaliptico del aceite quemado, calculando cuánta gasolina 
queda, calibrando cómo van las gomas a través de una visera que se 
ensucia en cada vuelta o por los retrovisores, sentenciándote a muerte o
 a vida en cada giro. Solo, permanentemente solo. Contigo mismo, ora 
rezando al Altísimo para que amaine la lluvia o evites una mancha de 
aceite, ora lanzando jaculatorias que no escuchará nadie, como en el 
espacio profundo de Alien…
Otro velociraptor, en este caso uno de los más añejos, que respondía al nombre de Fangio el chueco, un tipo acostumbrado a la soledad del conducir y el cazar sobre el asfalto, dijo un día que el segundo es el que va detrás del líder, y que líder sólo es aquel que va detrás de sus principios.
Principios, ¿qué es eso cuando puedes gritar por tu radio que has 
sentido miedo y que tu compañero es un estúpido, o acaso y si molesta, 
que te lo quiten de en medio? Los principios son parte del alma y ésta 
sólo resplandece en el ayuno y la soledad plena, como nos enseñaron los 
viejos anacoretas, quienes sin saber siquiera lo que era un coche de 
carreras, sentaron las bases de la profesión de piloto, una actividad 
que consiste en entrar en comunión con uno mismo a 200 o 300 kilómetros 
por hora, hasta el punto de que en la vuelta 30, se te ha olvidado lo 
que dijo el patrón en la parrilla y lo que firmaste con tu compañero 
alrededor de un par de copas o dos zumos de naranja, porque la prueba 
manda, estás solo frente a ella, y tienes la obligación de dominarla.
Los tiempos han cambiado, pero no tanto. Ahí anda Kimi, por ejemplo, 
un asceta de pelo en pecho y cabellos dorados, que no se corta un pelo 
en decirle a su ingeniero por radio, que se meta sus comentarios donde 
le quepan porque él se basta y sobra para saber lo que tiene que hacer 
en carrera. Y luego están los otros, los que juegan a ser velociráptores
 para pisar el Olimpo utilizando para ello las ventajas que pone en sus 
manos la moderna tecnología, la misma que sirve para decirte que 
protejas, que ataques, o que eres un gilipollas. Ruido en todo caso, que
 dinamita la épica de tus logros a poco que los compares con la de 
aquellos que labraron sus éxitos inolvidables jugando a la ruleta rusa 
consigo mismos, mientras se encomendaban a Dios desde el más profundo de
 los respetos.
 

 
3 comentarios:
Esto de la radio es como los pinganillos en el ciclismo. Solo sirven para coartar la creatividad de quien recibe las órdenes.
Se corre a la defensiva como pasa en el ciclismo. El brasileño decía que en Eau Rouge hablaba con Dios. ¿Pasará lo mismo en la actualidad?
King Crimson
Chapeau Josetxu. Me ha encantado.Esta precisamente es la gran diferencia entre la F1 de antes y lo de ahora.Un PILOTO sólo domando a su bólido peleando a pecho descubierto contra sus competidores y las condiciones de la pista.Con su cabeza, sus manos y sus principios.Un saludo muy cordial.
King Crimson, me lo has quitado de las manos. Los dos deportes más bonitos y más espectaculares se han amariconado por culpa de unas radios que no paran de decir al protagonista lo que debe hacer en todo momento. Hemos perdido en épica y ganado en hipocresía.
Sí que lo estuve pensando estos días atrás... ¿Y si se prohibieran las radios durante las carreras? Como antaño, el muro, el piloto, el ciclista y todo el asfalto por delante "y que me pille quien pueda."
Un saludo!
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