Hay quien aspira a envejecer rodeado de recuerdos y quien se consuela pensando que Ítaca le seguirá esperando entonces, a pesar de que nunca se atrevió a mojar sus pies en el Mediterráneo.
Ulises sí la buscaba, y se hacía mucho más fuerte cada vez que el mar lo derrotaba. Ítaca una vez, Ítaca dos. Ítaca en un centenar de ocasiones, inútiles, la mayoría. Nítida en el horizonte, niebla más allá de la niebla; por la banda de estribor, a popa, entre arrecifes, miedos, rompientes, augurios y sirenas. Hoy asequible, mañana esquiva, Ítaca siempre inalcanzable. Mil, diez mil, cien mil...
Damos tan poco valor a las cosas que el presente las aplasta en cuanto pasan, por olvido, negligencia o simple pereza. Demasiadas veces, también por cobardía ante el qué dirán. El caso es que 2006 no queda tan lejos y sin embargo da la sensación de que sucedió en nuestras ántípodas, y que allí el reloj de arena se rompió congelando el tiempo, dedicándonos una playa donde no es posible dejar huellas.
Montoya ha marchado de McLaren por no querer pedir permiso para adelantar y le sustituye De la Rosa, el reserva.
Pedro a la una, Pedro a las dos... Pedro se ciñe la espada y recoge su jabalina y escudo y zarpa a la guerra de Troya prometiendo que volverá. Llega a Hungría buscando Ítaca, su Ítaca, la Ítaca que todos queremos encontrar, esa oportunidad única que por unas cosas u otras siempre solemos desaprovechar. Pero al barcelonés le brillan los ojos.
Las órdenes son precisas: proteger las espaldas de Kimi, y así, el McLaren dorsal número 4 es tercero y luego segundo, siempre a la estela del finlandés de Woking. Alonso toma la cabeza y Pedro se ha convertido entonces en la sombra de Iceman. Liuzzi y Raikkonen abandonan. Jenson hace acto de presencia con el asturiano al frente, y él escucha por primera vez cómo rompen las olas en la costa.
Transcurren los giros y el sonido del mar sacudiendo las rocas es cada vez más insistente. ¡Ítaca!
Alonso claudica. Delante del de Barcelona están ahora Button, Heidfeld y Schumacher, por ese orden, y el catalán mira alrededor buscando la sombra de las naves y el puerto, quizás con suerte: el humo de un hogar. No hay brújula, sólo estrellas. Instintivamente larga las velas. La tajamar del MP4-21 golpea el tapiz de agua que teje Penélope y lo abre mientras el viento hincha los trapos como un gigante sopla una tarta de cumpleaños. Firme al timón, Pedro está listo para librar una de sus más hermosas batallas mientras los ecos de su patria se desvanecen en el horizonte.
El señor de las profundidades es rencoroso y no ha olvidado que Ulises está condenado, que él mismo dictó la sentencia y lo desterró, que no consentirá jamás que llegue a casa ni así lo intente un millón de veces... El español se mide a la esgrima con Michael pero el dios de los mares bendice al héroe alemán permitiéndole tomar mil y un atajos hasta que el de Barcelona lo somete definitivamente.
Aquella tarde de agosto de 2006, Poseidón sonríe desde su trono en el Mediterráneo, y en tanto que Pedro deja la silueta de su isla a la espalda, accede a que sea recordado, siquiera brevemente, por aquellos que no quieren olvidar que aunque la vida acabe resultando injusta para quienes intentan alcanzar Ítaca, una, dos, cien mil veces, cobra sentido en hazañas aparentemente pequeñas que pasados los años siguen manteniendo intacto su dulce sabor a victoria.
Os leo.
Ulises sí la buscaba, y se hacía mucho más fuerte cada vez que el mar lo derrotaba. Ítaca una vez, Ítaca dos. Ítaca en un centenar de ocasiones, inútiles, la mayoría. Nítida en el horizonte, niebla más allá de la niebla; por la banda de estribor, a popa, entre arrecifes, miedos, rompientes, augurios y sirenas. Hoy asequible, mañana esquiva, Ítaca siempre inalcanzable. Mil, diez mil, cien mil...
Damos tan poco valor a las cosas que el presente las aplasta en cuanto pasan, por olvido, negligencia o simple pereza. Demasiadas veces, también por cobardía ante el qué dirán. El caso es que 2006 no queda tan lejos y sin embargo da la sensación de que sucedió en nuestras ántípodas, y que allí el reloj de arena se rompió congelando el tiempo, dedicándonos una playa donde no es posible dejar huellas.
Montoya ha marchado de McLaren por no querer pedir permiso para adelantar y le sustituye De la Rosa, el reserva.
Pedro a la una, Pedro a las dos... Pedro se ciñe la espada y recoge su jabalina y escudo y zarpa a la guerra de Troya prometiendo que volverá. Llega a Hungría buscando Ítaca, su Ítaca, la Ítaca que todos queremos encontrar, esa oportunidad única que por unas cosas u otras siempre solemos desaprovechar. Pero al barcelonés le brillan los ojos.
Las órdenes son precisas: proteger las espaldas de Kimi, y así, el McLaren dorsal número 4 es tercero y luego segundo, siempre a la estela del finlandés de Woking. Alonso toma la cabeza y Pedro se ha convertido entonces en la sombra de Iceman. Liuzzi y Raikkonen abandonan. Jenson hace acto de presencia con el asturiano al frente, y él escucha por primera vez cómo rompen las olas en la costa.
Transcurren los giros y el sonido del mar sacudiendo las rocas es cada vez más insistente. ¡Ítaca!
Alonso claudica. Delante del de Barcelona están ahora Button, Heidfeld y Schumacher, por ese orden, y el catalán mira alrededor buscando la sombra de las naves y el puerto, quizás con suerte: el humo de un hogar. No hay brújula, sólo estrellas. Instintivamente larga las velas. La tajamar del MP4-21 golpea el tapiz de agua que teje Penélope y lo abre mientras el viento hincha los trapos como un gigante sopla una tarta de cumpleaños. Firme al timón, Pedro está listo para librar una de sus más hermosas batallas mientras los ecos de su patria se desvanecen en el horizonte.
El señor de las profundidades es rencoroso y no ha olvidado que Ulises está condenado, que él mismo dictó la sentencia y lo desterró, que no consentirá jamás que llegue a casa ni así lo intente un millón de veces... El español se mide a la esgrima con Michael pero el dios de los mares bendice al héroe alemán permitiéndole tomar mil y un atajos hasta que el de Barcelona lo somete definitivamente.
Aquella tarde de agosto de 2006, Poseidón sonríe desde su trono en el Mediterráneo, y en tanto que Pedro deja la silueta de su isla a la espalda, accede a que sea recordado, siquiera brevemente, por aquellos que no quieren olvidar que aunque la vida acabe resultando injusta para quienes intentan alcanzar Ítaca, una, dos, cien mil veces, cobra sentido en hazañas aparentemente pequeñas que pasados los años siguen manteniendo intacto su dulce sabor a victoria.
Os leo.
Publicado como homenaje a Pedro De la Rosa el 29 de julio de 2017 en Pedrodelarosa.com
9 comentarios:
Una pena, Nipon Ichi no tuvo grandes oportunidades de demostrar su talento. Sobre el Arrows nos dejó buenas actuaciones, agresivo como pocos.
Recuerdo haber disfrutado muchísimo con ese podio de Pedro. Cuando el panorama automovilistico patrio estaba en el subsuelo, un piloto que corría en Japón, con el apoyo de Repsol, sale de piloto suplente. Con eso nos teníamos que conformar. Que terrible sensación de justicia me quedó con el podio de Pedro. Un suspiro!!
Gracias por textos así, hemos viajado una década atrás como si nada, sentados en cualquier silla. He podido sentir la brisa marina, y casi oigo hasta gaviotas
Es una de las entradas más bonitas que has escrito, José, enhorabuena.
Magnífico . Simplemente magnífico y muy inspirador ..... me refiero al artículo .
Saludos
Una entrada que me ha emocionado. Pedro es, y ha sido, nuestro particular gentleman en este circo de pirańas que es la F1.
Gracias caballero.
Carrera mítica, texto emocionante.
Saludos
Impresionante Jose, gracias por recordar aquellos días en los que Pedro consiguió subir a un coche de verdad y demostrar su valía, para los que le habíamos visto su paso por Arrows, Jaguar etc y nos gustaba ese chico verdad?.
Después llegó un tal Alonso...
Algún día nos acordaremos de lo que tenemos y del que muchos reniegan...
Gracias.
Solamente una reflexión mía.
Qué hubiera sido de Pedro si se hubiera llamado Peter?
Quiero decir, nacido en Inglaterra?
Imagina...Ferdinand.
Jajajaja.
Bernie hubiera rejuvenecido veinte años!
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