martes, 17 de febrero de 2015

Beautiful that way


Es fascinante comprobar que mientras la vida sigue y sigue y ponemos un pie en Barcelona, los salvapatrias de la Fórmula 1 no encuentran tiempo ni lugar, sino para seguir hablando del piloto que ha quedado sexto en el Mundial de 2014.

Hace poco charlaba aquí mismo del ninguneo al que se está sometiendo al vigente campeón del mundo incluso a manos, de todos esos que proclaman a quien quiere poner oído a sus huecas palabras, que son seguidores del británico. También mencionaba de rondón, que existe una idiocia vocacional que hace que la peña se escude en cualquier chorrada con tal de barnizarse de algo de santidad a la hora de hablar de ese al que uno no puede referirse, no sea que le obliguen a ponerse una estrella amarilla en la pechera del abrigo para que se le reconozca de lejos, poco menos que como un apestado.

Yo también he visto correr a Senna, y lamento destruir de forma tan ramplona algún que otro sueño de grandeza.

Mi extensa videoteca da para eso y bastante más, incluso para recuperar de entre mis sombras lo mejor que dio de sí el Michael Schumacher que me apartó de todo esto durante unos años. En todo caso, lo suficiente como para que pueda decir bien alto que he disfrutado de Ayrton sobre el asfalto y durante más minutos que todos esos, que habiéndole discernido una vez por vuelta y desde las gradas —siempre en directo, of course!, ¡faltaría más!, hoy mancillan su nombre dando la espalda al deporte que tanto amaba el paulista.

Es lo malo que tiene el pasado, que de abusar en visitarlo se corre el peligro de quedar atrapado entre sus sentencias.

Y también lo jodido que tiene el presente, porque intentar apresarlo según acontece, supone aceptar una serie de riesgos que se ve que no son del gusto de los que habiendo llegado en los setenta del siglo pasado, no tienen agallas ni cultura quizás, para perder la seguridad acogedora de aquellas atmósferas, compartiendo lo que piensan de la actualidad deportiva con el resto del universo.

Cobardes y meapilas, los que leen el pretérito siempre a toro pasado, los que jamás albergan dudas porque lo suyo es dictar moralejas recurriendo a Chapman o Forghieri o ejerciendo el postureo más ramplón, se pierden momentos épicos como el que viviremos a partir del Gran Premio de Australia, cuando Max y Carlos luchen con parecida herramienta por hacerse un nombre en la Fórmula 1.

Tiempo habrá para decir que fue hermoso o lamentable, pero lo que hace falta para seguir construyendo nuestra afición, son algunos pasos al frente como el que voy a dar yo tal que cuatro días después de haber perdido a quien me inyectó este veneno en las venas. Y es que yo no quiero perdérmelo, incluso para equivocarme como tantas veces he hecho.

Verstappen y Sáinz, Sáinz y Verstappen, son nuestro futuro y quiero estar aquí para contarlo, aunque ande por ahí alguien empeñado en colgarme unas estrella de seis puntas porque no comulgo con la ortodoxia.

Os leo.

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