viernes, 16 de mayo de 2014

Elio y la edad dorada


Mayo siempre ha sido un nombre cabronazo en lo nuestro. Espinazo de esa primavera propicia a ser salpicada de carreras por meteorología y oportunidad, este mes en concreto, es el que acumula más muertes de pilotos en carrera, entrenamientos o pruebas de vehículos.

Ayer se recordaba en la intimidad la muerte de uno de ellos, Elio de Angelis.

Lejos de la pomposidad y el luto riguroso que rodea el estrechado de manos entre abril y mayo, me dio por pensar en los entierros rurales bajo la lluvia; en el camino embarrado hasta la loma donde descansa el cementerio, con el cura y los monaguillos abriendo la comitiva fúnebre y el desfile de paraguas; en la acémila con cordones y puntillas negras que tira del carro que lleva el féretro y en los pañuelos blancos que secan las lágrimas de los afectados por la pérdida o en los gestos apretados de aquellos que se las tragan, mientras la campana de la iglesia tañe a despedida a espaldas de todos ellos.

Elio no fue mejor ni peor que Ayrton, por ejemplo. Fue distinto unos años antes de que el paulista rozara el cielo y en los años que compartieron, el italiano todavía brillaba donde lo hacen los pilotos que me han gustado siempre: en los papeles secundarios, en las roturas permanentes y en las consecutivas mordidas de polvo.

Es difícil explicar esto ahora, pero cuando las carreras estaban rodeadas de auténtica incertidumbre, la mayoría de aficionados maldecíamos el momento en que reventaba un neumático o rompía un motor. No tanto porque la carrera perdiera interés en los puestos de cabeza, sino porque en la montonera se iban a perder momentos irrepetibles en la lucha por un undécimo o duodécimo puesto, o incluso por dejar de ser el colista.

En aquella época toda la parrilla tenía importancia. Partían ventidós o venticuatro, o ventitrés, o treinta, pero siempre cruzaban la línea de meta menos de la mitad. Ninguno tenía superlicencia pero sabíamos que del último al primer conductor, todos eran auténticas estrellas que se ganaban el respeto o lo perdían, disputando cada centímetro de circuito exprimiendo sus monoplazas y sus dotes al volante.

De Angelis pertenecía a esta etapa de nuestro deporte pero lo que poca gente recuerda es que también fue uno de sus arquitectos, ya que para que Prost, Lauda, Piquet o Rosberg, incluso Senna, inscribieran sus nombres con letras doradas en la historia de la Fórmula 1, en cada prueba, diez o quince Elios terminaban en la cuneta por rotura, colisiones o percances.

El romano falleció en el Paul Ricard probando un pepino, el extraplano Brabham BT55 de Gordon Murray que trazaría las líneas maestras sobre las que se asentaría el todopoderoso MP4/4 de McLaren dos años después. Tan sólo había vencido en dos Grandes Premios durante su carrera profesional, el primero de ellos por unos centímetros sobre el Williams de Keke Rosberg (Austria 1982), y aunque estuvo a punto de proclamarse como el piloto más joven en obtener una victoria, no lo consiguió porque Arnoux y su Renault se lo impidieron en Interlagos 1980...

Como se puede intuir, hay poco material para pasar a cámara lenta y faltan banderas a cuadros para montar un hermoso video con la voz de Lisa Gerrard como fondo musical, pero os prometo que así y todo, Elio pertenece a la única edad dorada que recuerdo, aquella en la que terminar una prueba era casi tan importante como vencer en ella.

Os leo.

3 comentarios:

odicha dijo...

La poesía destruye al hombre
mientras los monos saltan de rama en rama
buscándose en vano a sí mismos
en el sacrílego bosque de la vida

Anónimo dijo...

Y condujo un Lotus negro con ribetes y letras doradas. Y tocaba el piano. Y siempre me cayó bien...

Un saludo a Jose y a todos,

ABB

@cabyasf1 dijo...

Recuerdo; si, que acabar en Mónaco en plena lluvia podía ser un cuarto o quinto puesto....
Resistir con sólo dos marchas, unos neumáticos en lonas, un motor con 2 o 3 cilindros menos, un alerón destrozado podía darte la gloria... Un reconocimiento... Un abrazo al menos.