Decía Francisco de Quevedo que «donde hay poca justicia es un peligro tener razón» y cabe aplicar la frase a nuestro entorno inmediato, concretamente a eso que llamamos deporte
aunque no deje de airear sus mimbres más hediondos conforme van pasando
los años, y el espectáculo ése que se busca con tanto ahínco desde hace
siglos, ni asoma el morro ni las orejas, salvo que interceda en el
milagro algún artificio que ingenió en su día un diablo cojuelo.
Total, que entre pitos y flautas se nos ha instalado el miedo en el cuerpo porque de aquí a que termine la temporada, las piedras de Pirelli se van a conjurar con Red Bull como la troika con Mariano, y ya se huele en el horizonte que podemos pasarlas bastante canutas.
Como diría el madrileño en palabras de don Arturo: «no queda sino batirnos»,
en duelo o en el formato que haga falta. A palos si se tercia —las
roperas ya no se llevan—, o a terronazos de hierba y tierra arrancados
con las manos, como cuando chiquillos. Todo sea por devolver un poco de
justicia a todo esto y beber un sorbito siquiera del citius, altius, fortius
legendario, con el que entonarnos antes de meternos a la cama ebrios y
socorridos por el sentimiento del deber cumplido y la ilusión de que aún
queda vida más allá de la muerte, de que nuestros hijos vivirán un
mundo mejor que el nuestro aunque en Twitter no nos conozcan.
En definitiva, de que caeremos bajo el fuego enemigo por ellos, por los
nuestros, por los que vibran y palpitan en nuestras entrañas.
Nos queda la razón, el sentimiento de que así no se hacen las cosas, de que sin ellos
el mundo sería casi perfecto, de que Red Bull está cavando su tumba con
tanta miopía cortoplacista, de que Marko sufre de soberbia y acabará
terminando solito con la leyenda de aquel chiquillo que sobre un Toro
Rosso y viento de popa, nos demostró que hay manos que bendice el cielo
pero aoja la prisa por muchos récords que rompan, porque jugar con
ventaja siempre ha estado mal visto y la glotonería de la austriaca está
poniendo en evidencia de qué palo ha ido estos últimos años.
Por suerte, digo, Ayrton, quien además de viento sobre el asfalto era poeta, dijo aquello de que como piloto vales tanto como tu última carrera.
Aumentando el periodo del aserto, una escudería valdría tanto como su
última temporada, y en este sentido, Red Bull va camino de enseñarnos la
pezuña, con lo que cabría darle la vuelta a aquello que enarboló don
Dietrich Mateschitz a cuenta de las órdenes de equipo en Alemania 2010, y
atizarle en la cara con el mismo guante que señalaba que más vale
perder un campeonato que ir de sucio por la vida.
La de Milton Keynes lleva camino de suplantar a la Ferrari de FIAT de
la década pasada en eso de disfrutar de bula para según qué cosas y con
tal de triunfar como sea, pero para ello precisaría ser al menos un
equipo como Dios manda y no una fábrica de eventos mediáticos, como
señaló con bastante tino Lewis Hamilton. Y es que ya se sabe, el hype por el hype es mal asunto y un tigre al que nunca se puede domar, con lo que en el peor de los casos, con el apoyo de Pirelli y sus cosas,
sus milagros, Red Bull puede perder la partida aunque la gane y nos
lleve con ella a todos por delante, porque este 2013 que estamos
disputando ya ha quedado en entredicho por las tonterías de la austriaca
y sus prisas, algo que no habría un equipo de los de antes.
Con lo sencillo que resulta aceptar que no siempre se tiene por qué
ganar cuando se compite entre iguales… Pero para entender eso hay que
llamarse McLaren, Ferrari, Mercedes o Lotus, o en caso contrario,
sencillamente no hay tu tía.
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