Imaginar cómo quedan los espacios cuando no hay nada en ellos es un hermoso ejercicio de autoayuda al que recurro más a menudo de lo que me convendría. Como por arte de magia surgen las cuatro esquinitas sobre las que nos soportamos, y las dudas sobre si son o serán, suficientes como para dibujar nuestro propio y pequeño mapa del mundo, para establecer el rumbo correcto, para soportar lo que queda, lo que habrá de venir, o aún para valorar si lo que dejas atrás ha valido realmente la pena.
Félix anunciaba la semana pasada su decisión de aparcar El Lince del Paddock. Metódica y pulcramente, tan a su manera, ha ido haciendo los deberes para vararlo adecuadamente en la arena, e inevitablemente he recordado que cuando me animé a iniciar mi propia aventura, su blog formaba parte de esas esquinas que mencionaba más arriba.
Nos queda El Lince Analista, su voz en GPCAST, sus soberbias entrevistas, su tremenda categoría humana y su vista acerada de gato vislumbrando el interior de las cosas.
En lo estrictamente personal, me queda saberle tan cercano como para poder echar unas risas con él, pero inevitablemente, también imagino lo que siente un piloto cuando un compañero al que admira deja su puesto libre y un hueco enorme en la parrilla.
Pienso en los comienzos de la década de los setenta del siglo pasado, cuando los potentes Porsche 917 dejaron de quemar rueda y atronar el espacio en Le Mans. En lo silencioso que queda el moderno arco Dunlop cuando la nieve se ha vuelto un papel en blanco bajo su tenue sombra invernal, en cuáles serás las rodadas que descubrirán el asfalto ahora oculto, en quién las abrirá en primavera, y en si serán o no serán como las que han quedado grabadas en mi memoria.
Como por arte de magia, hoy, a mis cuatro esquinitas les falta una, y las dudas son mayores y mi mapa del mundo, gigantesco, inaccesible y algo más difuso que de costumbre.
Te echaré de menos, amigo.
Félix anunciaba la semana pasada su decisión de aparcar El Lince del Paddock. Metódica y pulcramente, tan a su manera, ha ido haciendo los deberes para vararlo adecuadamente en la arena, e inevitablemente he recordado que cuando me animé a iniciar mi propia aventura, su blog formaba parte de esas esquinas que mencionaba más arriba.
Nos queda El Lince Analista, su voz en GPCAST, sus soberbias entrevistas, su tremenda categoría humana y su vista acerada de gato vislumbrando el interior de las cosas.
En lo estrictamente personal, me queda saberle tan cercano como para poder echar unas risas con él, pero inevitablemente, también imagino lo que siente un piloto cuando un compañero al que admira deja su puesto libre y un hueco enorme en la parrilla.
Pienso en los comienzos de la década de los setenta del siglo pasado, cuando los potentes Porsche 917 dejaron de quemar rueda y atronar el espacio en Le Mans. En lo silencioso que queda el moderno arco Dunlop cuando la nieve se ha vuelto un papel en blanco bajo su tenue sombra invernal, en cuáles serás las rodadas que descubrirán el asfalto ahora oculto, en quién las abrirá en primavera, y en si serán o no serán como las que han quedado grabadas en mi memoria.
Como por arte de magia, hoy, a mis cuatro esquinitas les falta una, y las dudas son mayores y mi mapa del mundo, gigantesco, inaccesible y algo más difuso que de costumbre.
Te echaré de menos, amigo.
2 comentarios:
Es un texto tremendamente emotivo, bestial.
No sé cómo haces pero nos llevas por donde quieres con tus escritos. Hoy se me han saltado las lágrimas.
¿A quién no le falta alguna vez una esquinita de su panorama?
Vaya homenaje bonito para el Lince... a ver si así se lo piensa dos veces ;-)
Un besote
Sin palabras...
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