Si picáis en la imagen de arriba, la ruta del enlace os llevará a una trampa que se anuncia detrás de una celosía que dice: «Cuarenta años nos contemplan», como si fuese posible que tal morterada de meses, días y horas, pudiera asistir tranquilamente a nuestras evoluciones de aficionados, con los brazos reposados, en amansada actitud de jubileta.
No hagáis caso. El personaje canoso de la foto lleva más de cuarenta años en esto, y para afirmarlo me remito al caudal inagotable de anécdotas y sabiduría con que riega sus artículos, sus retransmisiones, sus entradas en ése su blog que ahora cumple un año, desperdigándose allá donde le dejan salpimentar ricamente este mundo del motor que parece único y unívoco, que sin embargo presenta ecos irresistibles que nos recuerdan que sus entrañas están repletas de disciplinas automovilísticas tanto o más interesantes que la F1.
Este tipo es un peligro, lo digo como lo siento. Sus colegas y allegados le llaman Maese, pero responde realmente al nombre de Carlos Castellá, y el caso es que Facebook no me dejaría ser su amigo porque no le conozco personalmente, aunque reconozco (¡qué cacofonía más bonita!) que le he leído y escuchado desde que casi recuerdo. Es un peligro, en serio, porque emana sinceridad, experiencia y una honestidad que huele a asfalto y goma quemada, a pasión profesional, a horas robadas al sueño, a maletas, a viajes, a combustible mezclado con aceite... Y eso, como sabemos, ya no está bien visto.
Dice el muy sinvergüenza que anda descolocado y sorprendido por el recibimiento que le ha brindado una tropa a la que él mismo ha preparado. ¿Qué quiere? ¿Qué quería? Armar a una banda de náufragos con ideas, arrecifes, rocas y playas, es lo que tiene, que cuando menos esperas te hacen la ola por lo mucho que te deben, que en general los aficionados seremos muy pardillos, pero no tan necios como para dejar de mostrarnos resueltos y agradecidos ante la coyuntura de poder acceder de gratis a una parte de la historia de este deporte que va más allá de esos cuarenta años tras los que se esconde el aludido.
Como digo, es lo que tiene apellidarse Castellá y abrirse a los nuevos tiempos con una bitácora —¡Anda ya. Carlos, a quién querías engañar?—, que tus alumnos saldremos respondones, aunque difícilmente podremos ocultar lo mucho que te debemos.
¡Bienvenido sea este primer año que cumples aquí, Maese, y que sean muchos más, por siempre si se pudiera, aunque sucedan bajo el fuego siempre amigo, de los que mamamos todo esto de tu generosidad sin límites!
¡Se debe!
No hagáis caso. El personaje canoso de la foto lleva más de cuarenta años en esto, y para afirmarlo me remito al caudal inagotable de anécdotas y sabiduría con que riega sus artículos, sus retransmisiones, sus entradas en ése su blog que ahora cumple un año, desperdigándose allá donde le dejan salpimentar ricamente este mundo del motor que parece único y unívoco, que sin embargo presenta ecos irresistibles que nos recuerdan que sus entrañas están repletas de disciplinas automovilísticas tanto o más interesantes que la F1.
Este tipo es un peligro, lo digo como lo siento. Sus colegas y allegados le llaman Maese, pero responde realmente al nombre de Carlos Castellá, y el caso es que Facebook no me dejaría ser su amigo porque no le conozco personalmente, aunque reconozco (¡qué cacofonía más bonita!) que le he leído y escuchado desde que casi recuerdo. Es un peligro, en serio, porque emana sinceridad, experiencia y una honestidad que huele a asfalto y goma quemada, a pasión profesional, a horas robadas al sueño, a maletas, a viajes, a combustible mezclado con aceite... Y eso, como sabemos, ya no está bien visto.
Dice el muy sinvergüenza que anda descolocado y sorprendido por el recibimiento que le ha brindado una tropa a la que él mismo ha preparado. ¿Qué quiere? ¿Qué quería? Armar a una banda de náufragos con ideas, arrecifes, rocas y playas, es lo que tiene, que cuando menos esperas te hacen la ola por lo mucho que te deben, que en general los aficionados seremos muy pardillos, pero no tan necios como para dejar de mostrarnos resueltos y agradecidos ante la coyuntura de poder acceder de gratis a una parte de la historia de este deporte que va más allá de esos cuarenta años tras los que se esconde el aludido.
Como digo, es lo que tiene apellidarse Castellá y abrirse a los nuevos tiempos con una bitácora —¡Anda ya. Carlos, a quién querías engañar?—, que tus alumnos saldremos respondones, aunque difícilmente podremos ocultar lo mucho que te debemos.
¡Bienvenido sea este primer año que cumples aquí, Maese, y que sean muchos más, por siempre si se pudiera, aunque sucedan bajo el fuego siempre amigo, de los que mamamos todo esto de tu generosidad sin límites!
¡Se debe!
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