Ayer recalaba en Joserra y hoy no me he quitado de encima la
sensación de que como pionero no doy la talla y como colono, menos aún,
lo que no es óbice ni cortapisa para que a veces me sienta como los
personajes de la imagen que encabeza esta entrada: aventurero sin
ínfulas de héroe, león que mira la sabana pensando en qué habrá de nuevo
que le amenice la jornada, Scott más que Amundsen. En definitiva, un
poco errata en párrafo inmaculado.
Miro alrededor y no me distingo del todo. No sé si es malo o bueno
pero asumo que es lo que hay y en cierto modo me conformo porque no hay
otra, que diría aquél. Llevo tiempo pensando en irme por donde vine pero
no soy capaz de dar el paso. Mientras tanto, el Thomas Flyer ronronea y
yo sujeto el volante con la vista puesta en el horizonte de una pradera
a la que sólo le faltan los bisontes.
Dicen que escribo raro porque raro
resulta escribir, y no me toméis a mal esta aparente chubarrada porque
no va de sacar pecho sino de admitir que fui creado en un tiempo en el
que las palabras valían su peso en oro, que he leído a tipos que las
valoraban en una densidad y profundidad que hoy sencillamente no
cuentan, como no cuento yo, ni mis textos en el fondo, ni mis cuentas en
redes sociales, que hay que ver lo poco que valgo en integridad virtual
para la cantidad de lecturas y eco que obtienen mis líneas.
No me quejo, entendedme. Lejos de derrotismos, corren tiempos
pérfidos para todos y a veces viene bien tomarse un respiro, sopesar lo
conseguido y valorar qué puede acaecer después, siquiera por aquello de
palparse la ropa y sentir que uno, yo en este caso, sigue vivo y se
mantiene consciente de las cosas que acontecen a su alrededor, de tal
manera que donde unos, otros en este caso, ven un problema en que haya
pilotos de pago yo veo el cénit de la cuestión en que con lo bien que va
el negocio, existan todavía escuderías que no lleguen a fin de mes y en
consecuencia, se vean obligadas a subastar los asientos de su coches.
Mi amigo Miguel me recuerda cada vez que hablamos que no dejaré de ser rojeras
por mucho que lo intente. No está mal el asunto, aunque cabe recordar
que sin utopías el mundo jamás se habría levantado, de forma que se
podría decir que los soñadores o rojos a secas, alzaron el
universo en que nos movemos. Rojo fue el primer homínido que pensó en
pasarse por el forro de los cogieron los datos habidos entre las hojas
de los árboles, para lanzarse a caminar erguido sobre la estepa en pos
de un lugar lejano que sus congérenes negaban. Rojo debió ser Arquímedes
cuando pidió que le dieran un punto de apoyo para mover el planeta, y
también Galileo. Rojo era Colón creyendo que las indias estaban más
cerca de lo que afirmaba la ciencia de entonces, y Newton cuando a falta
de material adecuado, creó de cero el cálculo integral como haría un
bilbaíno con tal de tener razón.
Los soñadores como Einstein creen más en las posibilidades que en las
certezas, y de ser posible que hubiera gente como ellos en el paddock (olvidadlo,
son todos de derechas, admitámoslo aunque sea a regañadientes),
tonterías como que Kamui haya tenido que recurrir a un crowdfunding
para conseguir sentarse en el habitáculo de un Caterham, o que Marcus
Ericsson haya pagado diez millones de dólares por el de al lado en la
misma escudería, simplemente no tendrían cabida.
El negocio da para mucho más que para todas estas miserias que son de
otro tiempo. Soy consciente de que el deporte no cuenta, pero hay tela
suficiente en el cotarro o alrededor suyo como para que estas
situaciones que llevan a algunos a poner las manos sobre su cabeza
mientras entonan el penitenciagite por lo mal que va la cosa, no
deberían ocurrir jamás. Los pilotos pagan porque hay escuderías que
necesitan llegar al 30 de cada mes como sea, ni más ni menos, mientras
tipos como Jaime Alguersuari se apolillan en el armario, por ejemplo.
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