domingo, 2 de junio de 2013

La soledad del poeta


Con Mónaco desvaneciéndose lentamente a mi espalda, con Canadá asomando las orejas en el horizonte, empapado todavía por el barullo montado a cuenta de quién y quién no hizo pruebas ilegales, amorales, antideportivas, oportunistas o sagaces, aprovechando la mano abierta tendida por Pirelli en aras de resolver sus propios problemas que a la postre son los de toda la parrilla, nos metemos como quien dice en verano y en poco, o en nada según lo miremos, nos situamos ante esa obra maestra del mundo del motor que responde al apelativo de 24 Horas de Le Mans, epopeya que podría haber firmado el propio Homero.

Vehículos dispuestos a dejarse lo que no tienen sobre el asfalto con tal de aguantar lo que les echen. Pilotos que sudarán tinta o sangre por llevar sus máquinas a la línea de meta, cuidando mecánica y neumáticos siempre para ser más veloces que sus rivales, apretando ahora para descolgarlos, yendo ahora al filo para que revienten en un todo vale en el que lo único que cuenta, es llevar el cacharro entero a la bandera de cuadros y a poder ser en primer lugar...

Cuando las cosas estaban más claras que ahora, ser regular en una prueba, cuidar la mecánica y las gomas, atemperar los ánimos y cumplir con las estrategias, era sinónimo de Resistencia, la disciplina de las manadas. La Fórmula 1 se dejaba para los lobos solitarios, ejemplares únicos, capaces de sobrevivir en las peores condiciones, exprimiendo hasta la última gota lo que daba de sí su monoplaza.

Alrededor de estos últimos, no es por nada, se levantó la fábula que disfrutamos ahora mismo a regañadientes, y no vale decorar con la imagen de aquellos gigantescos kamikaces que cruzaban el asfalto en vuelo bajo y en la soledad más absoluta, las hazañitas de los héroes modernos cuando reciben su premio anual o el locutor de turno se acuerda de gestas similares, ya que los primeros no tienen parangón en el mundo moderno: sorteaban como podían una y mil rompientes, a veces abrasándose la espalda y otras despellejándose el trasero, literalmente. Pura sangres todos ellos que viven en nuestra memoria y cuyos herederos, por imperativo legal, han dejado de responder a ese sabor metálico que deja la sed de victoria entre los dientes del auténtico depredador, para convertirse en vulgares gestores del comedimiento.

Este blog está lleno de continuas muestras del malestar que siento al respecto de que los pilotos de Fórmula 1 se vean obligados a cuidar los neumáticos de sus vehículos durante las carreras, en vez de concentrarse en lo que tradicionalmente ha sido la columna vertebral de su profesión: la velocidad, pero a lo mejor existe, pienso, una solución más sencilla que intentar llevar la contraria a tanto idiota como hay suelto en el paddock y en la Place de la Concorde: desconectar la radio durante la prueba y dejar que el briefing anterior a la carrera sea madurado y destilado por cada piloto en cuanto comience a roda su vehículo. Doy por seguro que nos llevaríamos más de una sorpresa.

Dejando al lobo que vuelva a ser lobo, éste volvería a encontrarse consigo mismo, a elegir opciones, a pensar, a ser dueño de sí mismo y no una marioneta. Obligado a tomar de nuevo decisiones auténticas, de esas que valen un 50% en tanto en cuanto definen si se ha acertado o se ha errado, como quien se juega la fortuna de sus amores al cara o cruz de una moneda lanzada al aire en vez de al cansino deshojado de una margarita, el grueso de nuestros chicos recuperaría el tono muscular que no se ve por ningún lado pero que los diferencia del resto de seres humanos.

¡Silenciad la radio, malditos, y dejad que los poetas encuentren el verdadero significado de sus palabras sobre el asfalto, tal y como lo hacían sus mayores antaño!

Os leo.

1 comentario:

GRING dijo...

Sería una de las mejores decisiones en muchos años. El piloto,su bólido,la pista,sus rivales y el muro. Nada más. Y nada menos.