En la Antigüedad, decíase de nuestro deporte que era una versión en chiquitito del más descarnado capitalismo cuando la diosa Ana Belén extendía por la Tierra el sortilegio Agapimú, para llevar la esperanza a los corazones en los días oscuros y conjurar las sombras del averno, anagrama que gracias a Carlos y Aníbal (Ojete Calor), fue rescatado hace relativamente poco para continuar suponiendo un bálsamo de luz en mitad de las tinieblas, incluso hoy.
En la actualidad no se respeta nada, ni el Agapimú, bien lo sabéis, y de aquello sólo nos quedan ecos de un pasado que no ha de volver y un batiburillo de frases hechas que han terminado por no significar nada, aunque sirvan a nuestros ancianos más desclasados y desubicados, para dar la nota ante sus nutridas parroquias rebosantes de chiquillos ávidos de munición con la que atizar a sus iguales en las siempre azarosas noches de sábado adolescentes.