La narración se encontraba en un punto de intensidad narrativa sumamente interesante. Él aceptaba que debía morir. Ella querría evitarlo pero no sabía cómo impedirlo. Malacostumbrada a que fueran otros los que leyeran sus pensamientos y entendieran y acertasen o cometieran errores pagando por ellos, había desperdiciado más de trescientas páginas sin atender a cómo el protagonista allanaba el camino y maniobraba en sigilo preparando minuciosamente su inmolación.
En el interior de la estación orbital hay alguien que sí se había ido dando cuenta...
Bueno, no. Al principio sólo percibió algunas hebras sueltas en la historia que carecían de sentido, que atribuyó entonces a la propia complejidad de la trama o la impericia del escritor, inocuos durante aquel tramo de lectura hasta que fueron cobrando significado conforme asimilaba que hay hombres que plantan árboles bajo cuya sombra saben que jamás se cobijarán, que estaba ante uno de esos raros especímenes y que no hay nada que hacer cuando te enfrentas a un ser que nada tiene y nada espera.
Durante su etapa en la VVS tuvo oportunidad de medirse con uno de ellos. El tipo volaba por placer, atacaba y se defendía por placer. Instintivamente le arrogó la facultad de saber vivir por placer, crecer y amar por puro placer. No volvió a verlo.
Los cosmonautas son preparados concienzudamente en Liúbertsi. Gemas de un sistema podrido de pies a cabeza terminaban recibiendo la Liótchik-kosmonavt SSSR, y como Héroes de la Patria gozaban de privilegios vedados por el Partido incluso a los compatriotas más dóciles. Empatizaba con el personaje masculino. Le gustaba leer y se lo habían tolerado, también libros prohibidos, y continuó leyendo por ver cómo concluía la obra mientras los ocasos y amaneceres se sucedían en las claraboyas cada cuarenta y ocho minutos.
Os leo.
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