jueves, 5 de enero de 2023

El hijo del «poeta»

Nürbu no iba dejar de acompañarte ahora que empiezas vida nueva y, sin imaginarlo, has puesto a tu padre en la tesitura de enfrentarse en pelota picada al abismo de ser «suegro», y posiblemente «abuelo» a nada que Nahitxu y tú hagáis los deberes.

Llegará el día en que tus hijas y tú miréis atrás por resolver la duda de qué coño hacía Aitite el día que te casabas en Dublín, horas antes de esa noche mágica de Magos de Oriente que tantas veces hemos compartido haciendo travesuras, y comprobéis juntos que te estaba dando las gracias por haberme permitido sostenerte en mis manazas de hobbit, recién salido del vientre de tu madre.

Gracias por tu infancia, por cómo me esperabas cada tarde a la vuelta del trabajo, por los tantos secretos compartidos que aún hoy guardo bajo siete llaves, por ayudarme a llevar la contraria a la psicóloga de Artaza cuando nos advertía que de un hijo no conviene ser amigo; por las promesas que rompí y me perdonaste sin pedirme siquiera que rindiera cuentas, por las que te hice de que acabaría con el mayor número de hijos de puta para que no los encontraras tú en tu camino, o aquella otra en la que juré que jamás te faltaría, sabiendo que te acabaré faltando y habrás de arrear solo con el cuidado de amatxu y ese linaje bravo que te cierne la cabeza cual corona de metal precioso.
 
No te equivoques nunca con esto, jabato, ni «abuelo Ramón» ni pollas en vinagre, no hay más que verte para comprender que vienes de las faldas de Aralar, que por tus venas todavía sigue viva la sangre de la familia de Ataun y Astigarraga, y de Etxarri-Aranatz, donde nació tu bisabuela María Mendiola, la madre de Amama, casada con Antonio Isusi, a quien llamaban «abogado» sus compañeros de Altos Hornos de Vizcaya...

Sé feliz y acepta que, aún siendo un perfecto desconocido para muchos de los que me rodean, cuando había que bajarte la fiebre era yo quien se sumergía contigo en la bañera de agua fría, quien te calmaba meciéndote en mis brazos hasta que el coño pediatra comprendió que necesitabas biberón además de teta, quien cambiaba la hora de los relojes de casa cuando perdías el último metro.

Hemos vivido demasiadas guerras juntos para que hoy se me olvide agracederte todo lo que te debo, corazón, mucho menos para dejar pasar por alto repetirte lo orgulloso que me siento de ti, de tus tropiezos, de tus remontadas y tus triunfos. Alguien olvidó decirte que tengo la fea costumbre de recitar unos versos, unas rimas o unas coplillas, antes de desenvainar el acero, pero mi espada siempre estará de tu lado, por siempre jamás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu espada nunca luchará sola, Josetxu. Aquí hay muchos hijos del poeta

Felicidades a tu hijo y su esposa, y que Crom siga guiando tus pasos y mantenga afilada tu pluma