El siempre grande y magnético Lluís Llach escribió L’estaca en 1968. Diez años después, Jacek Kaczmarski compuso Mury a partir de L’estaca, y en 2005, Jean Michel Jarre lanzó Mury al estrellato, hasta el punto de que como ocurriera con el Pinocchio
de Collodi una vez pasado por la depuradora bienpensante de la factoría
Disney, hoy es difícil que alguien recuerde la raíz de tan bellísima
canción, atribuyéndosela al hijo del gran Maurice sin titubear…
Minardi, sí, Minardi. Hace años existía una escudería pequeña que
respondía a ese nombre, cuya filosofía consistía en servir de plataforma
a nuevos valores. Querida y respetada por toda la parrilla, pasó a
manos de un tal Paul Stoddard, quien quiso convertirla en otro tipo de
plataforma, para que en 2006, fuese comprada por Dietrich
Mateschitz y así haya llegado a nuestros días, queriendo seguir siendo
Minardi, siendo otra cosa y malviviendo a la sombra de Red Bull, pero
gozando de un aroma que en sentido estricto se llevó en el bolsillo
Giancarlo cuando dejó su equipo en manos de la nomenklatura que gobierna los hilos de éste nuestro deporte, allá como en 1997.
Disculpadme los dos párrafos anteriores porque tal vez a muchos ni les suene L’estaca de Lluís Llach ni la Minardi
de Giancarlo Minardi, pero los he referido porque son de ese tipo de
personas escasas en la actualidad, que modelaban el barro con sus manos y
pasaban de dar la espalda a sus creaciones. Traigo especialmente a
colación al segundo, porque si observamos a Toro Rosso desde la
perspectiva de una filosofía que dejó de existir cuando la penuria
económica hizo que el de Faenza se pusiera en manos de Flavio Briatore,
no atinaremos a entender qué demonios ocurre en las entrañas del baby
de Red Bull para que el año pasado se desprendiera de dos valores
consolidados como Sebastien Buemi y Jaime Alguersuari —porque no
cumplían las espectativas de una escuela de pilotos, se dijo—, o para
que en la misma temporada y a alturas semejantes a la que estamos
disputando, encontrara redaños y posibles suficientes como para
resucitar y plantar batalla a sus inmediatos rivales hasta el término
del campeonato.
Bien es cierto que en 2011, a la terminación de Hungría Toro Rosso
andaba octava en en mundial con 22 puntos, y en 2012, naufraga nona con
tan sólo 6 tras la misma prueba. Pero echando cuentas, a cualquiera con
dos dedos de frente se le ocurriría pensar que tal vez el quid
del asunto resida precisamente en la estúpida y artera sustitución de
Sebastien y Jaime por Ricciardo y Vergne, pero como Toro Rosso es una
escuela de pilotos noveles, al estilo Minardi, vamos, a los que se les
pedía que como poco le pisasen el callo a Vettel para encajar en Red
Bull —salvo que fuera adecuado que no lo hicieran, como en Corea 2011—,
la cosa pasa por entrever que la de Faenza no da más de sí que lo que
quiere la casa madre, y que Franz Tost no deja de ser un pelele que
respira a las órdenes de Helmut Marko.
Soy suspicaz y hoy vengo con la mirada baja y la testuz apuntando a
la femoral del torero porque el capote me importa un pimiento, pero a mí
que me cuenten que Toro Rosso se concentra en 2013 porque da la sesión
por perdida… ¿Perdida? ¿No se trataba de destilar pilotos, de ejercer la
docencia para conseguir vetteles a porrillo? ¿Y cómo se
pretende culminar un programa tan ambicioso tirando la toalla tan
pronto? ¿Acaso nunca ha habido programa y lo de la escuela era una
trampa para bobos…?
Imagino la cara de gilipuertas que se les habrá quedado a Daniel y a
Jean-Éric al conocer la noticia (el último seguro que se acuerda de la gesta
que protagonizó en Mónaco), y aunque estaba programado, no les arriendo
la ganancia de saberse en medio de una emboscada que les va a clavar
como a mariposas, sobre el corcho de los valores en alza que se han
quedado en el camino gracias a los tejemanejes de los que tasaron bien
cara su capacidad para brindar oportunidades únicas.
Se acabó la pasta, como en 2010, 2009, 2008, 2007 y 2006. A mitad de
temporada, como siempre. Llegó el desinfle de todos los años, y al loro,
que mañana o pasado, surgirán de nuevo las voces que hablarán de la
venta de la hermana pequeña de la austriaca, sencillamente porque Faenza
es un lastre inasumible. Salvo que ocurra como en 2011, cuando la niña,
gracias a la calidad de sus pilotos, sirvió de maravilloso laboratorio
de pruebas a los sortilegios de Adrian.
Cae Faenza, y esta vez, lo confieso, incluso me alegro. Por ver si de
una puñetera vez desenmascaramos a los hombres de negro que juegan con
los sueños de pilotos que merecerían mejores señores que los que les han
tocado en suerte sufrir, y por recordar de nuevo que al menos hubo una
vez hombres tan honestos como aquel Giancarlo que supo hacer virtud de
la flaqueza que aquejaba a su modesto equipo.
1 comentario:
Todos echamos de menos a Minardi era como el Numancia de la formula 1
Un saludo
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