Si no fuese porque ha amanecido gris de Payne y sonando You want it darker, parecería adecuado desperezar el día dando la bienvenida al Gran Premio de Brasil.
Desgraciadamente todo es un poco más oscuro y chiquito hoy. Cohen se ha apagado a los 82 años de edad, cuando pensábamos que los dinosaurios son inmortales, cuando sabemos que a los tipos como él pueden otorgarles el Nobel de Literatura. También se ha ido Nieva, y con ellos ciento doce mil ancianos, cincuenta mil setecientos sesenta y dos soñadores, quince poetas anónimos, ciento tres fábulas, nueve mil resistentes, seiscientas mil ocho víctimas inocentes, siete soldados en acto de servicio, una treintena de locos y trece mil cuatrocientos veintitrés niños...
No hay cifras sobre los hijoputas que han abandonado este mundo durante la fracción de tiempo en que Leonard susurraba por última vez «Hineni, hineni. I'm ready, my Lord». Quiero pensar que han sido muchos, y que para los malnacidos no habrá recambio mientras la vida se abre paso, sin pedir permiso, con la intención decidida de compensar tanta pérdida...
Por edad soy de Prost, y recalco lo de la edad porque en este caso, como en otros muchos, es un grado, concretamente el que me separa de ser sennista.
Viví los primeros tiempos de Alain en Fórmula 1 como quien descubre una nueva estrella en el firmamento. Disfruté con él en Renault, le vi salir de allí para desembarcar en McLaren junto a otro de mis mitos: Niki. Celebré sus primeros títulos mundiales y sólo después asimilé que Ayrton había llegado para quedarse.
Poca o ninguna gente os confesará que entre piloto y aficionado existe algo muy parecido al enamoramiento. Algo irracional que surge entre ambos y no se va ni con agua caliente y vinagre. Tendemos a esculpir alrededor de eso que sustancialmente carece de toda explicación, una suerte de muralla de hechos, más o menos científicos, que no son otra cosa que un montón de excusas a las que les falta una pizca de cámara lenta, y, como fondo musical, una canción del amplio repertorio de Two Steps From Hell.
Pero el amor es así: ilógico a la vez que magnético. Lo tomas, o lo dejas.
Te dicen algunos que en el lluvioso Mónaco 1984 percibieron en el brasileño algo especial y te sale media sonrisa. ¿En serio? ¿Y Bellof? ¿Y el propio Prost?
Ayrton no vino hecho como las hamburguesas del McDonalds, se fue haciendo poco a poco, como los buenos caldos, y es en el momento en que se enfrenta a Prost cuando siente la necesidad de reiventarse para dar lo mejor de sí mismo. Si olvidamos este particular nos perderemos una bonita parte de la historia, porque a partir de 1988, Prost y Senna son las dos caras de una misma moneda. El francés con treinta y tres años, el brasileño con cinco menos. Uno con casi todo realizado; el otro, con todo por delante...
Y en ese matraz en que coinciden dos filosofías y dos formas de entender el deporte y la competición, estalla una chispa que prende como por arte de magia sobre un combustible áltamente detonante y volátil, en la que me resulta muy complicado discernir quién era quién. Y a la vuelta de la esquina, cuando Ayrton ya se ha hecho denso, cuando tiene la misma edad o parecida que tenía Alain cuando él llegó a Woking, descubres que el ciclo ha cambiado, que te has acostumbrado al brasileño como te acostumbraste al galo, y que ahora tocaba mirar de reojo a Schumacher.
Pero Senna tuvo suerte. En Tamburello nos dejó con la incógnita prendida en el aire, de si habría sido capaz de envejecer como Prost, que lo doy por seguro. Y al francés le tocó la peor parte: sobrevivir, sobrevivirse a sí mismo siendo acompañado por siempre jamás, por la sombra legendaria de quien fue su rival y amigo postrero.
Y Ayrton estará presente en este Gran Premio de Brasil, como todos los años, y quizás sea momento para recordar que Leonard Cohen, al estilo Fangio, valoraba el éxito en los siguientes términos: «El éxito es sobrevivir: ésa es una definición suficientemente buena para mí.»
Sobrevivir en los sueños, las ilusiones y el recuerdo, o sobrevivir haciéndote viejo. ¡Qué precioso dilema!
Os leo.
Desgraciadamente todo es un poco más oscuro y chiquito hoy. Cohen se ha apagado a los 82 años de edad, cuando pensábamos que los dinosaurios son inmortales, cuando sabemos que a los tipos como él pueden otorgarles el Nobel de Literatura. También se ha ido Nieva, y con ellos ciento doce mil ancianos, cincuenta mil setecientos sesenta y dos soñadores, quince poetas anónimos, ciento tres fábulas, nueve mil resistentes, seiscientas mil ocho víctimas inocentes, siete soldados en acto de servicio, una treintena de locos y trece mil cuatrocientos veintitrés niños...
No hay cifras sobre los hijoputas que han abandonado este mundo durante la fracción de tiempo en que Leonard susurraba por última vez «Hineni, hineni. I'm ready, my Lord». Quiero pensar que han sido muchos, y que para los malnacidos no habrá recambio mientras la vida se abre paso, sin pedir permiso, con la intención decidida de compensar tanta pérdida...
Por edad soy de Prost, y recalco lo de la edad porque en este caso, como en otros muchos, es un grado, concretamente el que me separa de ser sennista.
Viví los primeros tiempos de Alain en Fórmula 1 como quien descubre una nueva estrella en el firmamento. Disfruté con él en Renault, le vi salir de allí para desembarcar en McLaren junto a otro de mis mitos: Niki. Celebré sus primeros títulos mundiales y sólo después asimilé que Ayrton había llegado para quedarse.
Poca o ninguna gente os confesará que entre piloto y aficionado existe algo muy parecido al enamoramiento. Algo irracional que surge entre ambos y no se va ni con agua caliente y vinagre. Tendemos a esculpir alrededor de eso que sustancialmente carece de toda explicación, una suerte de muralla de hechos, más o menos científicos, que no son otra cosa que un montón de excusas a las que les falta una pizca de cámara lenta, y, como fondo musical, una canción del amplio repertorio de Two Steps From Hell.
Pero el amor es así: ilógico a la vez que magnético. Lo tomas, o lo dejas.
Te dicen algunos que en el lluvioso Mónaco 1984 percibieron en el brasileño algo especial y te sale media sonrisa. ¿En serio? ¿Y Bellof? ¿Y el propio Prost?
Ayrton no vino hecho como las hamburguesas del McDonalds, se fue haciendo poco a poco, como los buenos caldos, y es en el momento en que se enfrenta a Prost cuando siente la necesidad de reiventarse para dar lo mejor de sí mismo. Si olvidamos este particular nos perderemos una bonita parte de la historia, porque a partir de 1988, Prost y Senna son las dos caras de una misma moneda. El francés con treinta y tres años, el brasileño con cinco menos. Uno con casi todo realizado; el otro, con todo por delante...
Y en ese matraz en que coinciden dos filosofías y dos formas de entender el deporte y la competición, estalla una chispa que prende como por arte de magia sobre un combustible áltamente detonante y volátil, en la que me resulta muy complicado discernir quién era quién. Y a la vuelta de la esquina, cuando Ayrton ya se ha hecho denso, cuando tiene la misma edad o parecida que tenía Alain cuando él llegó a Woking, descubres que el ciclo ha cambiado, que te has acostumbrado al brasileño como te acostumbraste al galo, y que ahora tocaba mirar de reojo a Schumacher.
Pero Senna tuvo suerte. En Tamburello nos dejó con la incógnita prendida en el aire, de si habría sido capaz de envejecer como Prost, que lo doy por seguro. Y al francés le tocó la peor parte: sobrevivir, sobrevivirse a sí mismo siendo acompañado por siempre jamás, por la sombra legendaria de quien fue su rival y amigo postrero.
Y Ayrton estará presente en este Gran Premio de Brasil, como todos los años, y quizás sea momento para recordar que Leonard Cohen, al estilo Fangio, valoraba el éxito en los siguientes términos: «El éxito es sobrevivir: ésa es una definición suficientemente buena para mí.»
Sobrevivir en los sueños, las ilusiones y el recuerdo, o sobrevivir haciéndote viejo. ¡Qué precioso dilema!
Os leo.
11 comentarios:
Señor Orroe. Uno de sus mejores post.
Gracias. ��
Lo has vuelto a hacer, viejo gruñón. Muchas gracias.
¡Fantástico texto!
La diferencia entre Prost y Senna es que el profesor es mito viviente, mientras Senna se convirtió en leyenda en Tambourello. Y tampoco tuvo que ver, como Schumacher, cómo un jovencito respondón le levantaba el trono y le dejaba en evidencia.
Dicho esto, aunque en su momento simpatizara más con Prost, sobre todo, porque se iba a pilotar el monoplaza más bonito del mundo, el 640/1, ahora soy de Senna.
Para ser ídolo es casi condición necesaria morir joven. Gilles, Didier, James Dean, Marilyn, ... Senna.
Como bien dices, la fantasía nos regala ese "que hubiera sido" condicional, incomprobable.
Este domingo Ayrton estará en Interlagos. Estará en el casco de Hamilton, en la despedida de Felipe.
Qué dilema.
Enorme post, me ha tocado en lo personal.
Y encima ninguna de ambas alternativas depende enteramente de uno...
Un abrazo desde el Coño Sur
Yo diría que Senna era un piloto mas rápido que Prost. El francés era el mas inteligente y un gran estratega. Dos enfoques diferentes para dos leyendas.
Ustedes me perdonarán: solo por el tema de Estefania de Mónaco Prost ya es insuperable.
Un saludo
Sr.Polyphenol
Pues a raíz del tema. Esta semana se ha puesto a la venta el libro póstumo de Maese. Y yo ya lo he encargado...
Tengo ganas de ver precisamente el enfoque que dió a esa relación Senna-Prost porque, como ya he comentado otras veces, yo soy también del profesor.
Un saludo a Jose y a todos, y hoy en especial a la familia dek gran Castellà
ABB
Estefanía de Mónaco... Me gustaba mucho en mis años de instituto... Tuvo un novio piloto de F1 (¿o F2?) el hijo de Paul Belmondo, que no debió completar una temporada completa.
Precioso post. Grande. Bien destilado y lleno de matices, como un buen coñac medio centenario.
Hoy ha terminado la temporada de Motociclismo. Ya sé que no es el lugar, pero es que no conozco ningún blog de motociclismo en el que haya gente normal... Y a mí me gusta todo lo que tenga dos ruedas.
Me sirve Márquez para hablar de la épica de los deportes de motor. Márquez ha ganado el mundial con una moto que sería el equivalente de un ferrari de F1: la tercera marca de la parrilla. Lorenzo y Rossi iban con un red bull y Ianonne y Dovizioso con un Mercedes. Tanto talento tiene Márquez que no percibimos su mérito y quizás eso sea malo para Honda: la moto es rematadamente mala. También dice mucho de los italianos de Ducati: un par de paquetes de cojones. Tengo ganas ya de que empiece el mundial de MotoGP del año próximo y ver qué es capaz de hacer Lorenzo con ese cohete. El año que viene será emocionante.
Gracias por mencionar a Cohen, quisiera llegar a los 82 años con la décima parte de su elegancia o de su belleza. Las analogías con Cohen me desarman, me hacen perder de vista el objeto formulístico de la referencia. Y es que, como diría Julio, "Queremos tanto a Leo"...
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