lunes, 4 de julio de 2016

El hijo de Anthony


Lewis y yo tenemos desmasiadas cosas en común como para negar que lo conozco casi como la palma de mi mano. Ambos llegamos a la Fórmula 1 el mismo año: 2007, él para sondear el calado de mi paciencia y yo para aprender a cogerle de los huevos.

Perdí aquella lejana guerra porque yo iba con vuelta perdida —a ver, empecé en agosto—, pero en 2016 me siento algo más que capacitado para devolvérsela.

Entonces era relativamente sencillo aniquilar mis argumentos afirmando de mí que era alonsista y que por eso no toleraba las chiquilladas de Hamilton, pero hoy es el día en que Lewis ha cometido el error de llamar a su prensa para dinamitar a Mercedes AMG, a Nico y a Sebastian.

El de Brackley nunca ha sido uno de mis equipos preferidos, el compañero alemán del de Tewin me gusta, es verdad, pero como es de sobra conocido, me siento bastante reacio a babear ante el primer espada de Ferrari. Considero por tanto que el terreno está más limpio que hace nueve años, y puesto que acabo de ponerme el casco de kevlar y elegir subfusil y automática, aspiro a gozar de cierta ventaja aunque no las tenga todas conmigo.

No es nuevo lo que está sucediendo. La misma telaraña que está tejiendo el tricampeón en la actualidad ya ha sido utilizada otras veces: primero acorrala al equipo, después lo pone en evidencia, y al final, aniquila al compañero y se sale con la suya con la ayuda inestimable de los chicos equidistantes que nos dicen desde Gran Bretaña de qué color son las cosas.

Sucedió en 2007 y a partir de 2014. Cuando no hay coche o posibilidades, Lewis se mimetiza con el ambiente, como los camaleones, pero en cuanto las huele: lo primero de todo pasa por eliminar al rival más inmediato y de la manera más sucia posible.

Os lo he ido contando en entradas anteriores: este verano iba a ser de Hamilton y Hamilton teme a Rosberg, pero como es costumbre con el británico, la cosa se está saliendo de madre porque no repara en gastos a la hora de poner contra las cuerdas todo aquello que se oponga a sus deseos, como decía antes, con la inestimable ayuda de una prensa anglosajona que nos ha llenado la cabeza con la bobada de que quien desprecia al rival se desprecia a sí mismo, pero está siempre presta a entrar en batalla por un compatriota hasta enfangarse sin temor a que la llamen Lobato.

Aquí, como sabéis, nos sobran los cobardes y los idiotas...

Viste mucho ser de Hamilton ahora. Supone un escapulario que proclama a los cuatro vientos haber hecho las paces con el enemigo porque la Fórmula 1 está por encima de filias y fobias de novatos y viudas rojas. Pero en 2009 era jodido. Apostar entonces por Lewis, por Caballo loco, como lo llamaban, suponía un riesgo que ningún entendido tenía cojones de aceptar. Pero fue precisamente en aquella época cuando comencé a defender al hijo de Anthony [Fantastic, Lewis!]. A contracorriente, como es costumbre de esta casa.

Ahora bien, la memoria es una ramera que cambia cada tarde las sábanas de su cama, y si fuese posible echar la vista atrás y leer lo que se escribió y hoy ha desaparecido, por desidia, por falta de pago o por simple y llano borrado, se entendería mejor de qué coño estoy hablando.

Estuve allí como he estado tantas y tantas veces al lado de mi Lewis. Un Lewis que crecía peleando cada palmo de asfalto, que maduraba, que se hacía merecedor de más de un título mundial por su indiscutible calidad como piloto. Ésa que sólo se ve cuando vienen mal dadas.

Pero estamos en 2016 y mi Lewis se está pasando de nuevo de la raya. Acumula tres campeonatos pero su prensa pretende que destrone a Sebastian. No a Prost, no, a Vettel.

Un negro tetracampeón del mundo sería la de Dios es Cristo en los mundos de Bernie. Un fenómeno, un argumento de venta sin parangón. Y Lewis lo sabe como lo sé yo y lo sabemos ambos. Y la prensa british clama al cielo contra las órdenes de equipo en previsión de que caigan sobre el lado equivocado, cuando precisamente la épica de Hamilton se ha sustantivado al albur de los dictados de sus escuderías.

Fernando no se dejó en 2007, pero Kovalainen pasará a los anales de todo esto como un mindundis porque Lewis era el jefe y mandaba Dennis en 2008 y 2009. Con Martin, Hamilton no estaba contento y a igualdad de condiciones, Jenson casi le come los talones en 2010 y 2012, y los toma con patatas en 2011. En 2013, Ross Brawn impide a Nico Rosberg que intimide a Hamilton en China y que no lo adelante en India...

Al año siguiente, Stuttgart llama a capítulo al alemán después de Spa para que Lewis se sienta cómodo, y Nico ruega en Abu Dhabi que le dejen terminar la carrera. Se cierra el círculo. Hamilton es un león y su compañero un cordero. Las órdenes de equipo explicarían muchas cosas, pero es preferible no tenerlas en cuenta. En 2015, con el tercer título en el bolsillo del británico, Rosberg vuelve relucir. Se abre de nuevo el círculo. Hamilton no puede ser cordero, al hijo de Keke lo está ayudando su equipo, hay órdenes encubiertas...

Pequeño bastardete, dile que nos conocemos a la prensa que te está lamiendo el culo y haciendo el trabajo sucio desde 2007. Mientras, ruego a Dios que Toto y Niki tengan agallas para darte lo que mereces por egoísta, por no haber sabido renunciar a ser hijo único entre los que te rodean.

Ésa y no otra es tu asignatura pendiente. Te adoro en pista, pero no te soporto.

Os leo.

3 comentarios:

Tadeo dijo...

Que bien suena lo políticamente incorrecto, Bernie se tiraría de los pelos si te leyera.

saludos

Interlagos dijo...

Amén.

Maravilloso piloto. Pérfido fuera de pista.

Saludos, en especial a la vieja guardia!

chema dijo...

Podríamos decir que Lewis ha evolucionado de ¨Caballo Loco¨ a ¨Cabrón Volador,¨ creo que volverá a superar a Nico por que simplemente es mas rápido.