Han pasado demasiadas cosas desde que hice out después del cumpleaños de Jero, y, a ver, ahora que se nos va octubre y pretendo reanimar Nürbu, me resulta complicado sintetizar todo un mes con sus treinta días y sus noches, en una parrafada sobre nuestra disciplina que tenga algo de sentido, escrita, además, a las tantas de la noche en la soledad del estudio y con la agradable compañía de un Macallan, así que toleradme que eche el ratito hablando de Roscoe.
Nuestro bulldog ha protagonizado algunas entradas del blog desde que era un cachorrillo y Hamilton decidió exponerlo a las luces de los focos, sirviéndome, ya entonces, para recalcar que una mascota nunca es responsable de las tonterías que hace su propietario; sólo por eso, creo, nuestro protagonista merece un respeto, y un cariñoso recordatorio, ya me entendéis.
Y, bueno, dado el tiempo transcurrido desde que lo vimos por primer vez y la cantidad de Grandes Premios que el animalito se ha metido entre pecho y espalda, a pie de paddock, ¡tela!, también merece unas líneas porque le arrogo al menos idéntica capacidad para entender de Fórmula 1, que todos esos que sacrifican su dignidad en redes sociales remarcando su autoridad en la materia a base de airear el número de carreras a las que han asistido o dicen haber asistido, cuando, en el fondo, estos últimos jamás tuvieron la oportunidad de orinarle los bajos del pantalón a un Toto Wolff, o de acceder como oyente, a conversaciones asombrosas con información privilegiada, sin obligación de firmar contratos de confidencialidad ni que mediaran algunos gintonics sueltalenguas.
Me ha sorprendido esta dejadez periodística, lo confieso. Se ha vertido mucha tinta sobre del chuchillo y el dolor de Lewis —por increíble que os parezca empatizo en esto con el aludido—, pero no se ha mencionado, o no he leído nada al respecto, que, con la partida de Roscoe, la F1 pierde una pieza clave de su historia como deporte, por cuanto el gandulete ha sido el confidente del tipo que más ha influido en la actividad desde 2007, con su carita, sus manejos y maneras de ángel. ¡Ay si Roscoe hubiese sabido hablar!
Os leo.

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