La comencé por el The End y fui para atrás hasta el principio, como me recomendaron, pero F1 The Movie no contiene mensaje satánico alguno ni aclara de qué coño iba Driven, más bien te vomita a la cara por qué resultaba necesario The Movie como apostilla al título.
Volví a verla en su orden natural, no sin antes haber visitado la colina cuya ladera acaricia el viento cuando al atardecer asciende desde el valle, escuchando en la cima Utai IV: Reawakening de Kenji Kawai, obviamente sin desenvainar la katana, con los brazos dispuestos en jarra, recordando que una vez vi a MacGuiver escapar de una turba de integrantes del aznariano Movimiento de Liberación Vasco, que le perseguían entre peñas dando gritos de apache mescalero, disfrazados de pastores del interior de nuestra península con sus zamarras de piel de cordero y sus boinas caladas hasta las orejas.
Recordé también el sol que factura su ocaso sobre el mar en The Green Berets con John Wayne a medio plano y, cómo no iba a hacerlo, recalé en Luis Eduardo Aute y aquella censura travestida en voz en off que se sobrepuso al pesimismo del autor...
Se me pasó la tontería, ¡vaya!
Si vas a ver F1 The Movie esperando un Grand Prix, un Le Mans, un Le Mans '66 o un Rush, ahórrate el viaje y el abono de la entrada. John Frankenheimer, Steve McQueen, James Mangold o Ron Howard, pretendían acercar al espectador una determinada atmósfera que se daba en el automovilismo deportivo puntero o de Resistencia, algo que queda muy alejado del interés de Joseph Kosinski y los productores de la cinta de la que estamos hablando, entre los que se encuentra Lewis Hamilton, que usan la Fórmula 1 como trasfondo de una historia que lo mismo habría funcionado versando sobre carreras de galgos.
No es mala, entendedme. Como entretenimiento funciona y plantea su aquél aunque no pase de cine para las tardes de un sábado cualquiera. Tiene ritmo y capacidad de abstraerte del día a día, pero no le pidamos más porque se rompe, sobre todo si ha gustado tanto a los integrantes de la chavalería.
Plasma un mundo ficticio al que los old school no nos acostrumbraremos jamás, pero resulta, en esencia, una muestra más de ese universo para gilipollas al que nos está llevando Liberty Media. Un escenario alternativo en el que un tipo de más de cincuenta años puede ganar una prueba del Mundial más exclusivo con un equipo absolutamente mediocre.
Os leo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario