Vaya por delante que mis expectativas con el Gran Premio de Italia eran bastante bajas, y que quizás por ello disfruté algo más que de costumbre.
La pole obtenida el sábado por Verstappen prometía inyectar vidilla en la cabeza de la carrera, como así fue, básicamente porque el RB21 —siempre en manos del holandés— se venía mostrando fuerte sobre el asfalto de Monza y se insinuaba que el espectáculo no iba a depender exclusivamente de lo que hiciesen los McLaren en pista, aunque, en un giro de guión totalmente inesperado —al menos yo no lo esperaba—, a la postre fue la papaya quien acabó poniendo la sal, la pimienta y el clásico y cinematográfico tropezón del camarero sirviendo la sopa. Pero no adelantemos acontecimientos...