lunes, 10 de agosto de 2015

¡Por Tutatis!


Sé que me estábais esperando y se agradece, pero lamentándolo mucho, no voy a hablar de la entrevista que ha dado Sebastian Vettel a F1 Racing —de la cual sólo he leído frases sueltas, aviso—, ya que después de haber señalado con el dedo que en 2013 Marko y su tropa estaban barnizando al tetracampeón del mundo del imprescindible «malditismo» con el que se suponía que iba a pasar a la historia el velocirraptor matarécords, no he podido por menos que sonrojarme.

Maldito se nace o se hace, pero sobre todo, se muere siendo maldito, ejerciendo de maldito, asustando al populacho hasta el último aliento, rehuyendo no una, sino todas las amistades del mundo. A resultas de lo cual, no me valen ni las medias tintas ni el lo siento, no volverá a suceder, sencillamente, porque no encaja en ninguna parte del texto que nos han servido como guión de lo sucedido desde 2010 en adelante.

Sin embargo, sí quiero hablar de cómo nos asusta la realidad, hasta el punto de que preferimos mirar para otro lado con tal de no soportarla.

Es así, que diría aquél, en política, en economía, en agosto y también en lo nuestro: en la Fórmula 1. Y aunque el fenómeno resulta en esencia sumamente cachondo, es también uno de los más atractivos e intrigantes que conozco. Vamos, que me tira más que a un tonto una tiza.

Y en esto andaba, reflexionando sobre esta necesidad que tenemos como especie de esquivar lo que nos molesta, cuando me he sentido incapaz de evitar adelantar unas horas mi alunizaje previsto para mañana por la mañana —¡Qué más da todo, incluso las escaletas y las formas, si nuestro deporte bulle intentando recobrar la vida antes del Gran Premio de Bélgica?—.

Pues eso, que desde que decidimos caminar a dos patas y erigirnos como reyes de la Creación, cuando pretendemos avanzar protegiéndonos de las inclemencias del tiempo mirando para otro lado, asumimos el riesgo de perder la compostura. Y eso no, ¡por Tutatis, eso no!

Recuerdo cuando me entretenía ante determinados sucesos buscando sus paradojas internas y poniendo en evidencia lo que afirmaba la versión oficial, y cómo los miedosos se me echaban encima tildándome de conspiranoico, o de loco, o las dos cosas a la vez. Y cómo pasado un tiempo que no tenía por qué ser prudencial, cuando los hechos me daban más o menos la razón, los que me señalaban con el dedo mutaban y respondían entonces con una especie de contraconspiración, de contralocura. Siempre lo mismo: un rosario de explicaciones de lo sucedido que no había solicitado nadie, que apoyaban empero, la explicación menos espinosa del asunto tirando de viejas glorias, de lugares comunes, de cosas que se supone sabe todo el mundo como lo de que esto siempre ha sido así, y sobre todo, de creatividad a raudales... 

Yo les llamaba mamporreros por lo bajines y ellos se cabreaban rasgándose las vestiduras en público. Y así matábamos el rato no hace tanto, y todos dormíamos a pierna suelta, que conste. Pero se ve que todo eso se acabó. Las nuevas hornadas de Billy Elliot han bebido del manantial equivocado y empiezan a cometer los mismos pecados que sus mayores. Y de nuevo surge con fuerza esa gilipollez de que siempre ha habido escuadras dominadoras y tal... pero no es del todo verdad.

Os cuento. Desde que todas las partes involucradas participan en elaborar una normativa lo más igualitaria posible —de hace una década a esta parte, por ser ramplón—, las ventajas se obtienen sorteando el reglamento, haciendo test ilegales, por liso y llano interés comunal o por la intervención de politiqueos a cuál más sucio, ya que nunca hemos tenido un conjunto de reglas tan estricto ni tanta capacidad para detectar las trampas.

Os leo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exacto, Jose. Que no es tanto el fondo (lo artificial del espectáculo mayormemte), que también, sino las formas (mintiendo, descafeinando y jugando sucio -que eso seguro que siempre se intentó- y tomando al personal por apollardao de pantalón largo).

Lo jodío es oír el eco de toda esta cacofonía...

En fin, un saludo a Jose y a todos.

ABB