Dicen las malas lenguas que más allá del pasado queda el futuro
porque el presente no existe de tan efímero que es. Punset que es sabio
entre sabios debido a que permanece ante la vida sin el que el paso de
los años haya hecho mella en su mirada de niño, nos cuenta una y otra
vez que que para cuando tenemos conciencia de que algo está sucediendo,
ya es tarde para rozarlo con los dedos…
Vivimos a caballo entre el ayer de hace un instante y el mañana que
recién nos acaricia la mejilla para ser a su vez un nuevo ayer antes de
materializarse siquiera, y así en un bucle infinito del que nos es
imposible escapar. Tontos que somos, diría mi abuelo.
La Fórmula 1, esa enorme metáfora de la
vida misma, recicla constantemente los viejos asertos sobre los que se
levantan nuestros cimientos y por eso tal vez, resulta tan hermosa. Nada
tiene que ver en ello la mano de un tipo al que llaman mago de los
negocios, quien en su senilidad sólo acierta a ofrecernos como primer
plato una cosa que cada vez sabe más a rancho, y rancio. Tampoco
intervienen en este milagro los hechizos del mago de la aerodinámica,
capaces de convertir a Carlos Sainz en un jrande de pies de
barro y por unos breves momentos, pero que en cuanto despunte sobre una
mierda de Toro Rosso y si es que consigue hacerlo, seguramente será
abatido por las saetas del elfo tuerto, como le ocurriera a Jaime. Menos
importancia tienen aún los sortilegios del mago de los récords, puntal
sobre el que pivota la realidad que nos servimos cada tarde de carreras
para bebérnosla de un trago.
Decía que la Fórmula 1 sigue siendo hermosa ya que resulta un cuenco
repleto de épica y rebosante de aprietos y soluciones a pesar de las
Pirelli, de Newey, de Bernie y de Sebastian, que permanecerá a su pesar
cuando ellos y su magia sean un simple recuerdo.
«Nadie está a salvo de las derrotas. Pero es mejor perder algunos
combates en la lucha por nuestros sueños, que ser derrotado sin saber
siquiera por qué se está luchando.
» Las palabras de Il Commendatore;
las zonas media y postrera de la parrilla; la auténtica destilería de
los héroes que están por llegar o que caerán; el teatro donde luchan los
peones por proteger sus vidas más que por ganar terreno para aquellos
que les mandaros a vencer o a morir, sin que el banquete de la victoria
les tenga reservado cubierto.
La FIA prohibió las pruebas en temporada lanzada y parió los rookie test
como tentempié. Damos palmas con las orejas por disfrutar al menos de
algo de F1 entre Alemania y Hungría sin preguntarnos siquiera por qué
han separado tanto ambos grandes premios, desertando de la idea de que
dentro de unos días, los auténticos rookies volverán a probarse
sobre el verdadero campo de batalla, por décima vez esta temporada,
bregando a dentelladas por abrirse paso en el único lugar donde se mide
un novato: en carrera, con su vehículo de siempre, sobre el tablero de
ajedrez, a tiro de la reina, del caballo, la torre o el alfil enemigos.
Sabemos sus nombres pero por unos días los hemos olvidado como el
presente se convierte en ayer mientras llega un mañana que como no
espabilemos, volverá a pasarnos de largo sin notar siquiera que nos ha
rozado.
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