Como llevo años advirtiendo desde el blog, admito que soy bastante tolerante (huevón) con los incidentes que ocurren en los primeros compases de los Grandes Premios. Obviamente, lo sucedido en la Sprint de Estados Unidos no iba a ser una excepción, así que tampoco os hagáis mala sangre con lo que voy a decir.
A ver, por increíble que parezca y a pesar de pertenecer al campo de las Humanidades y escribir desde la comodidad de mi estudio en Gorliz, existe una base... digamos que científica, que ampara mi peculiar manera de tomarme estas cosas con rebosante filosofía: los vehículos actuales son enormes, en la arrancada y metros posteriores adquieren mucha inercia aunque los neumáticos no hayan alcanzado su rango óptimo de funcionamiento, además, pesan lo suyo y sufren momentos polares muy fuertes, y, en ocasiones, cuando los frenos quizás no están todavía a la temperatura idónea, no sé, se me ocurren un montón de factores más a tener en cuenta en estos episodios en los que suele contar mucho la buena o mala suerte...




