miércoles, 9 de enero de 2008

Si Bruce levantara la cabeza (y XII)


A pesar de que la F1 es competición (en estado puro, dicen algunos), dista mucho de poder ser considerada un deporte en su estricto sentido, pues para que éste exista debe haber un equilibrio inicial que propicie que la prueba (sea cual sea) discrimine a los mejores de los peores, y a todas luces no es el caso. Por si fuera poco, desde que Colin Chapman disfrazó a su Lotus 49 de cajetilla de tabaco (Mónaco, 1968), la cosa ha ido empeorando hasta configurar el actual estado de cosas: en la F1 manda el dinero, y es el dinero quien decide quién destaca y quién no. Obviamente ha habido excepciones, lo que no impide que podamos afirmar que el circo es un enorme negocio en el que intervienen demasiados factores como para que resulte sencillo decir quién es mejor que quién.

Así las cosas, la revisión que he venido haciendo de la historia de McLaren, me ha permitido poner en evidencia la parte más cruda de este gigantesco negocio en el que Ron Dennis se mueve como pez en el agua, y en el que los pilotos vienen a ocupar el puesto de peones que deben cumplir con las estrategias y expectativas de los patrocinadores, mal que nos pese, mientras tratan de llevar a sus respectivos equipos, y a sí mismos, a la primera línea del escaparate donde nuevos patrocinadores pueden quedar atrapados de cara a temporadas venideras. En este orden de cosas, y haciendo expresa mención a que lo descrito hasta el momento sobre la escudería inglesa, es lo cotidiano en el mundillo, y por tanto: nada extraordinario, retomo su historia donde la dejamos.

Ron Dennis lleva años preparando un proyecto totalmente británico para su escudería. Ligeramente disipada la incuestionable germanía de Mercedes-Benz, con la aparición del Mercedes-Benz SLR McLaren (2003) a cargo de la división civil del equipo inglés (McLaren Automotive) y distribuido en exclusiva por la firma de Stuttgart; y completada la apropiación de parte de la historia del gigante alemán al incorporarla a la nueva sede de Woking (inaugurada en 2004 con la presencia de la Reina Isabel); tras la desaparición de West gracias a la legislación antitabaco, el recambio como patrocinador principal vendrá de la mano de la compañía de telecomunicaciones inglesa Vodafone, después de su larga colaboración con Ferrari (hay quien verá en ello la devolución de lo ocurrido en sentido contrario con Marlboro, en 1997). También tiene un piloto inglés para terminar de cerrar su proyecto: Lewis Hamilton, bajo la estela de McLaren desde que contaba pocos años, y que está despuntado soberbiamente en GP2, parece listo para dar el gran salto, pues los controles a la conducción vigentes en la primera categoría del automovilismo (por último año) lo hacen aún más asumible.

2007 es por tanto el momento adecuado. Pero todavía hay un pero. Después del paso de Adrian Newey a Red Bull, la consistencia de los flechas de plata no es todo lo buena que cabría esperar. Martín Whistmath, aprovechando que Renault no tiene clara su continuidad para 2007, toma contacto con el vigente campeón mundial de 2005, y da los primeros pasos para que Fernando Alonso (piloto que garantizará la correcta evolución del vehículo, aportando su contrastada experiencia) vea cumplidos sus deseos de recalar en la firma británica. El anuncio de colaboración se hace público a principios de 2006.

Alonso ganará el campeonato de pilotos revalidando título, y traerá el número 1 al morro de su McLaren, preludiando un año irrepetible. Sin embargo, contra todo pronóstico, 2007 devolverá a la escudería de Woking al lamentable escenario vivido con Prost y Senna a finales de los 80, aunque a diferencia de lo que sucedió entonces, la excesiva intromisión de la prensa inglesa, la insolvencia de Dennis, la inconsistencia y falta de madurez de Hamilton (puesta de relieve cuando menos falta hacía, a final de temporada), y el escándalo de espionaje a Ferrari que afecta al jefe de ingenieros de la escudería inglesa, darán al traste con todo el esfuerzo realizado.

McLaren queda excluida del mundial de constructores y penalizada con una fuerte suma de dinero (100 millones de dólares), además ve limitada su capacidad para evolucionar su vehículo de 2008, porque ésta estará supervisada por la FIA (a día de hoy todavía no tiene el completo visto bueno). Por si fuera poco, sus pilotos pierden sus opciones de ganar el título en la última carrera, y a manos del ex McLaren Kimi Raikkonen, quien fue descartado a finales de 2005 por no entrar en los planes de futuro del equipo.

A finales de año, el proyecto de Dennis parece haberse hecho añicos sin haber conseguido despegar, y puede que hayamos asistido al último error del viejo patrón, el que tal vez termine por eclipsar sus abundantes méritos. Fernando Alonso decide cortar por lo sano y abandona la escudería, y el finlandés Heikki Kovalainen ocupará su puesto, lo que puede venir a significar que Mercedes-Benz tiene clara la intención de absorber McLaren sin dejar transcurrir demasiado tiempo.

Post scriptum: Titulé esta serie de entradas «Si Bruce levantara la cabeza», porque el neozelandés era el exponente de un tipo de aventureros que hoy no tendría cabida en el mundo que tanto amaban y a cuyo enaltecimiento tanto contribuyeron, incluso con sus vidas. Por ello, no debería extrañarnos que tiburones como Ron Dennis, o cualquier otro, recurran a la memoria de sus viejas glorias o a subterfugios como la «tradición de turno» para maquillar la brutal realidad de un enorme negocio que mueve millones de dólares cada año, y en el que hay que sobrevivir a cualquier precio.


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