Espectáculo eres tú

Pienso que habría que hacer unas jornadas de hermanamiento entre la chavalería y los llamados pollaviejas, con la intención de dirimir a la luz de la hoguera a qué coño llamamos espectáculo y si éste es un concepto único o polivalente, si coinciden a la hora de llamarlo así o la brecha generacional hace imposible cualquier tipo de consenso, etcétera. 

Seguramente no ganaríamos nada, pero al menos podríamos decir ¡que nos quiten lo bailao! a la finalización del campus de convivencia, porque mientras la cosa siga tan desigual como ahora me temo que será complicado tender puentes.

En redes sociales tener seguidores significa tener razón, que no es esencialmente así pero como símil nos vale, de manera que cuantos más seguidores acumulas más razón llevas en tus exposiciones, pero este camino tiene sus riesgos, ya que estirando el asunto podríamos llegar a pensar que el cine porno es de mayor calidad, ofrece mejores guiones y narrativa cinematográfica que el de Christopher Nolan, por poner un ejemplo a mano. Por esta vereda también se podría llegar a la conclusión de que Belén Esteban o Terelu Campos son mejores que Mario Vargas Llosa, o aún que Manuel Scorza. Ambas venden más y son más conocidas que el peruano Premio Nobel, y, por supuesto, que el peruano que a muchos no os sonará de nada porque lo suyo era la literatura grande en frasco chiquitín.

No hay nada malo en no coscarse de que en redes el producto son los influencer y gurús, y que la masa que los sigue son simples consumidores de sus respectivos formatos. Lo malo viene cuando se trata de aplicar esta pérfida visión al mundo real y la normalizamos, y atizamos sin compasión a quienes entienden la Fórmula 1 de otra manera porque, en su día [La generación del 27], disfrutaron de espectáculos más sobresalientes y cargados de emociones que el que nos ofrece Liberty en la actualidad.

Los pollavieja tampoco tienen razón per se, entendámonos. Su óptica es más amplia por el tiempo transcurrido y porque, como dicen los viejos: estos ojos han visto de todo, pero es curioso que no resulten tan atractivos para los seguidores y acumulen menos y, en definitiva, su discurso se desmerezca casi porque sí, porque apenas cuentan o porque no están abonados al resalte de sustitos flanderianos acompañados de fius, guaus y parecidos razonables con el pasado siempre cogidos con alfileres...

Escribí el domingo pasado que el Gran Premio de Mónaco me gustó (porque me entretuvo), pero no está de más admitir que no supuso un gran espectáculo porque no lo es ver trasatlánticos desfilando por las calles del Principado, con escasos adelantamientos debido a las ideas que tiene Pirelli al respecto del show —los extrablandos duraron media carrera— o a que no había Dios que metiera el morro en el coche que iba delante. Lo miremos como lo miremos, fiarlo todo a que una escudería la cague estrepitosamente o a que los muros tengan una buena tarde aplicando sus estrategias de undercut y overcut, no es el paradigma de lo esperable ni cumple lo prometido tantas veces por los jefazos de nuestro deporte.

Con lo dicho parece que existen al menos dos tipos de espectáculo, y sí, considero que nos haría falta reunirnos alrededor de una fogata para discutir en qué coño coincidimos, porque está visto que muchas veces no hablamos de lo mismo.

Os leo.