Es curioso cómo con el paso del tiempo he acabado por sentir algo más que empatía por el viejo Ecclestone, fundamentalmente por su amor/odio hacia los grandes fabricantes, necesarios para sostener el negocio pero peligrosos a la hora de alimentarlo porque no entienden una mierda de carreras.
He rastreado en redes por si se me había ido la pinza, pero no, desde 2015 a esta parte nadie ha recordado que Bernie escogió como Dream Team, en una de esas estúpidas ocurrencias que tenía antes la prensa británica [Alonso, en el equipo ideal de Bernie Ecclestone], a Flavio Briatore como Director de Equipo, el BT49 de 1981 como monoplaza, y, como pilotos, al malogrado Jochen Rindt y a Fernando Alonso...
Los arqueólogos no saben sacar la cabeza del orificio de lo antiguo porque en el de lo moderno hace demasiado frío —ya pagaba yo por unas buenas estadísticas que me dieran la razón, incluso cuando no la tengo—, los que sacan pecho por los años viviendo esto nunca suelen atender a qué formaciones dibujan las nubes o las olas, y los recién llegados... bueno, bastante tienen con intentar resultar convincentes cuando se dan el pisto entre sus congéneres.
El caso es que en ese diagrama que pergeñaba la Bruja de Blancanieves hace ahora casi nueve años reside la madre del cordero de nuestro deporte, aunque, al parecer no hay nadie escuchando.
Los escopeteros británicos ya se han metido en faena con Flavio y el italiano no va a hacer una a derechas porque lo bueno, de toda la vida, es lo que hacían y hacen tipos como Otmar Szafnauer o Fred Vasseur —no os riáis, canallas—. Cultura empresarial versus cultura racer. De momento vamos aguantando el tipo con Zak Brown y el de Verzuolo en parrilla, pero esta batalla la perderemos también, y al menos que conste en acta mientras hacemos sonar la trompeta como Peter Sellers en los primeros planos de El Guateque (The Party, 1968).
Os leo.
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