Lo anglosajón es tan previsible que hasta dos simples aficionados de a pie, como Álex y yo, nos permitimos calcular con certera precisión, allá en enero pasado, cuándo iba a comenzar la inevitable nueva ofensiva contra Mohammed ben Sulayem. ¡Australia!, y es que en Bahrein y Arabia Saudí podía sentar mal que al dubaití los blancos lo asaran a boinazos, por la kufiya, mayormente, y, bueno, en Japón, China y Miami, básicamente se la trae al pairo lo que suceda con Monsieur le Président.
No hemos pisado Albert Park y ya suenan los tambores de guerra, que la culpa del desapego reinante siempre será de Red Bull y Max Verstappen —¡un coñazo tanto dominio, oiga!—, y no de una cultura trilera, que, lejos de aceptar usos y costumbres aunque no gusten, prefiere enfangarlo todo.
Richards sería un tipo cómodo para Liberty, al estilo Todt, pero no es el Presidente de la Federación Internacional de Automovilismo. Toto y Susie prolongarían su exitosa luna de miel con el inglés en el trono de Place de la Concorde, pero el citado ni siquiera se presentó a las elecciones. Es Caballero de la Orden del Imperio Británico, un poco al estilo Príncipe Henry, que es Living Legend of Aviation como Tom Cruise, Harrison Ford, Jeff Bezos o Elon Musk, que me dirán ustedes...
También es verdad que Álex y yo sumamos años inconfesables alrededor de todo esto, desde luego más que Raimon Duran al pie del cañón. Me basta insinuarle por teléfono cualquier olvido para que él lo repare recordando a Florencio Parravicini, el hombre que perdió una prueba no puntuable por no dejar de agasajar debidamente a las autoridades.
Nos quedan por delante semanas complicadas. Ruido, muchísimo ruido. Detrás Richards y, en el frente, los siempre dispuestos a inmolarse por una verdad que sólo es la suya y no representa a nadie más.
Pero tranquilos, la culpa seguirá siendo de Max y de ese cohete que lleva bajo el culo.
Os leo.
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